LA ERA DE
LAS POSIBILIDADES
PRESENTA:
FUERZA GUARDIANA
SEGUNDO
PRELUDIO
PRÓLOGO.
Guerra en la Infinidad.
El universo respira,
vive, como una vasta unidad donde los planetas engendrados fungen como sus
millones de hijos liberados en todo el cosmos, de los cuales se engendra más
vida con la que comparten sus riquezas en un lógico y mutuo equilibrio.
Ahora él podía sentir
todo eso.
La realidad deslizándose entre sus dedos, cuerpos celestes moviéndose a
su alrededor, respirar el infinito con asombro, ¡con duda, si!, pero con una
resuelta curiosidad. Preparándose en un lugar alejado del universo para una
batalla decisiva, volvía a recordarlo todo, volvía a aquellos momentos de
pesar, a aquellos orígenes que le hacían preguntarse de forma obsesiva una y
otra vez, “¿por qué yo?”, “¿por qué alguien como yo, para realizar esto?”,
“¡podría hacerlo cualquiera!”, y hasta cierto punto, sus palabras tenían razón
a unos peculiares oídos juiciosos, pertenecientes a aquel que vio una chispa
especial, aquel que lo detuvo de un acto trágico, aquel que lo libró de las
penas dándole un propósito, enseñándole un camino.
En breves instantes
comprendió que la realidad era más antigua de lo que él mismo llegaba a
suponer, y que su universo no era más que uno entre muchas pequeñas burbujas
flotantes dentro de un inmenso océano de existir, en el que muchos seres, quizá
no en su mayoría, vivían ajenos de miradas ocultas, preocupándose en sus
fugaces, cortas, destructivas, curiosas y extraordinarias vidas, como para
pensar por un segundo, en un solo momento, que cada situación era vigilada por
un poder más grande. ¿Dios? Era una palabra con la que se han definido. Dioses.
Para muchos universos, para muchos mundos civilizados, para muchos rincones
existentes, ellos son considerados así como tal, una raza de inmortales, un
conjunto de guerreros capaces de proezas asombrosas, héroes legendarios a los
que dedicaban historias, canciones, emblemas, pensamientos y rezos. Pero aunque
hayan recibido muchísimos nombres, sólo ellos mismos conocían sus orígenes, su
propósito, su rol a cumplir dentro de la realidad, su deber para con todos los
universos…
Ellos eran los
Guardianes del Equilibrio.
Aunque la imaginación podría revelar grandes misterios, ningún ser
viviente o de otra índole, sabía de su existencia. Algunos dioses desperdigados
en otros universos, la intuían, la sospechaban de múltiples formas, pero
ninguno era merecedor de conocer la verdad. Toda la existencia era custodiada
por este imperio de dioses, los cuales se encargaban de mantener el lógico
equilibrio que bien tenía darles su permanencia en toda la realidad. Pasado,
presente, futuro, todo era dispuesto como debía estar, todo controlado hasta el
más mínimo detalle, todo asunto de relevancia revisado y llevado a cabo con
suma precisión. Mantenían tanto la guerra como la paz, tanto la adoración como
el esclavismo, tanto el amor como el odio, tanto la protección como la
destrucción, y tanto la vida como la muerte. Y en esos momentos ante el umbral
de todo el caos, se erguía el último de ellos, el elegido, el salvador, el
profetizado, con la misión de preservar la vida una vez más.
El universo respiraba
de forma endeble, ante la aparición de una aterradora amenaza, una fuerza
destructora del cosmos, un cáncer que devoraba todo a su paso, un ser que
destruía más allá de los límites del bien y el mal, una creatura que se
materializaba con el único objetivo de consumir la vida, de apagarla, de
negarla. Los guardianes actuaron en consecuencia, pero por primera vez luego de
tantos eones, varios de ellos habían sido derrotados con facilidad. El enemigo
se había vuelto implacable, arrasando con total libertad una esquina de la
existencia, que lo mantendría entretenido hasta que continuara con el resto.
Conocían las consecuencias, pero ante ello, mandaron al más sabio de los suyos,
el guardián de todos los destinos, para encontrar a quien detendría a tan
terrible bestia.
Dotado con las siete virtudes de la infinidad.
La creciente fuerza de la luz.
La resistencia de interminables mundos.
La velocidad inescapable del sentir.
El poder de reinos ancestrales.
La sabiduría de universos eternos.
La inmortalidad de almas invencibles.
Y la comprensión de posibilidades ocultas.
Todas ellas formaban al nuevo campeón.
Un salvador,
Un elegido,
Un héroe,
Un guardián.
DURANTIO.
Con el ritual resuelto, y los poderes obtenidos, inició el
trascendental choque de fuerzas que estremeció los cimientos mismos de la
creación, destrozando los pilares que mantenían las viejas esperanzas, creando
inmediatamente los vestigios de una nueva era: la era de las posibilidades.
La batalla se extendió
a tiempos incomprensibles para la mente, pero fue existente en varios sentidos.
El poder de ambos contrincantes rivalizaba en muchas formas, haciendo la
diferencia aquellos vestigios de humanidad que despertaban movimientos
creativos, y estrategias convincentes, ante el destructor que desataba su
esencia maligna a su enemigo. “Proteger”, sólo en ello podía pensar el pequeño
quien renació en el nuevo titán que se batía contra el asesino de la realidad.
Recordaba los momentos difíciles, los momentos terribles, los momentos sencillos,
los momentos agradables, todos conformando su vida en una serie de destellos
dentro de su cabeza, a cada segundo que su poder aumentaba, a cada respiro
donde su esencia se expandía abarcando toda obscuridad. Si, la humanidad que
recordaba, la humanidad de la que nació, la humanidad en la que fue concebido,
no le guardaba afecto, ni siquiera memoria, y aquel sentir era mutuo, pero aún
así, sus golpes no se detenían, sus ataques no frenaban, su avance no entraba
en declive por ningún segundo. No sólo luchaba por la humanidad conocida,
luchaba ahora por la existencia de millones de seres vivientes, que si igual no
conocía, no podía permitirse perder aquello, algo más, otros mundos.
“Un todo que vale la
pena salvar”.
Expulsando una tremenda fuerza, Durantio, el guardián definitivo,
culminó con la vida de su adversario, terminó con su avance por el multiverso,
con un rincón de la realidad en sí…pero había consecuencias.
Obscuridad. Un
sentimiento lo sobrecogió, una sensación fría, dura, incluso hueca invadió su
mente. Quieto entre las sombras, manteniéndose firme hasta la llegada de la
verdad. Alejado, solo, no podía distinguir una luz, ni una voz, ni un
pensamiento en la distancia. El silencio lo abrumó, recordándole su humanidad,
los momentos de mayor agonía para su ser, aquellos instantes traducidos por una
mente joven, sensible, a los peores males que puede entregar una compañía quien
disfraza intensiones deshonestas con rostros alegres.
Su universo se había
extinguido.
No sólo el suyo,
¡muchos otros! El último ataque había culminado su misión, como también la vida
de muchos seres que él mismo juró proteger. La desesperación lo inundó, a un
punto donde podía incluso sentir a la realidad agonizante girando en torno a
él.
Misericordia.
Eso reflejaba su
rostro desprovisto por el poder, dirigido al espacio que le dio un propósito,
luz en su vida. Pero sólo recibió un silencio mortal. Le habían dado la
espalda, y poco a poco, podía sentir el poder de los guardianes fluir fuera de
su cuerpo. Traicionado, solo, entre las penumbras, las lágrimas flotaron a su
alrededor, en las cuales juró ver cada uno de los peores momentos de su vida.
Amargura, temor, duda, odio, todo ello veía reflejado en sus ardientes
lágrimas, estallando en furia, explotando en blasfemias contra aquellos que
juraron proteger. Clamaba venganza, clamaba retribución, clamaba una cruzada
contra los mentirosos y falsificadores de lo divino. Con el poder brutal que
aún conservaba, ondeando las virtudes de los guardianes como un velo, detuvo la
succión de sus nuevos poderes, arrebatándoselos con desdén, con furia, con el
odio almacenado durante tanto tiempo, dormido, contenido, pero siempre
ardiente, almacenándose a cada segundo, pudriéndose en cada acto de ofensa
hasta su clímax.
Vacío.
Así era el sentir
dentro de su ser, su nuevo ser. Algo se había roto, desconociendo al elegido,
al salvador, y al guardián, quedando solo él, Alejandro, un joven de
veintitrés, clamando su furia al mundo, a su propia existencia, a aquellas
personas malvadas que se satisfacían con hacer sufrir al prójimo. “Ya no más”,
se dijo entre dientes. Las sombras lo rodearon otra vez, atrayéndolas,
ahogándose con rencor, permitiendo que la obscuridad fuera su capa, su velo, su
manto, su castigo, su carga hasta ver el fin de su misión, su nueva misión.
La erradicación total
de los Guardianes del Equilibrio.
Podía escuchar los
lamentos de hace unos segundos, los gritos de pánico, las almas de millones de
vidas apagándose al instante por su incompetencia, pero todas ignoradas debido
a la frialdad de supuestos protectores. De entre todos esos susurros, el de una
persona en especial captó su atención, por unos breves instantes, el de aquél,
ese sujeto en el que había confiado, el Guardián del Destino, el guerrero que
le prometió futuro, porvenir. Sentía su tristeza, su temor, pero nada lo
suficientemente poderosos como para calmar el océano hirviente de su ira. Lo
ignoró, y esta vez, de forma definitiva. No volvería a confiar en él. Lo
dejaría de último, sólo podía prometer eso. En cuanto al resto, no descansaría
hasta encontrarlos a todos y extinguirlos de toda la existencia…
Así, dio inicio la
rebelión de Durantio.
Ninguna de las imágenes
aquí utilizadas me pertenece en ningún sentido conocido.
Su utilización, y obvia
edición, fue con el único motivo de entretener y enseñar.
Cada una de las
imágenes es propiedad de sus respectivos creadores.
Sin mayores dudas,
quedo a su servicio, y gracias por su atención.
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