UN
VERDADERO ARTE
El instinto de la fe y el ideal
extraordinario.
. . .
“Nuestro interior es una inmensa obscuridad, hogar de una legión de
voces”.
“Las enseñanzas humanas son transcendidas por las de la Luna y sus
misterios”.
“La fe consiste en decir que la comunicación existe, porque el negar su
existencia es tanto como negar la del amor en sí”.
. . .
La creación conlleva
propósito.
La vida conlleva
evolución.
La libertad conlleva
sufrimiento.
¿Y la verdad?
Conlleva misterios,
caminos y contradicciones.
Por un momento tratemos de
imaginar lo inimaginable, de contemplar lo invisible, de dar forma al caos, de
resolver la ecuación invencible de la infinidad, y establecer el comienzo del
fin. El resultado podría ser la visión más clara de Dios en nosotros mismos.
Aunque claro, sólo exagero, pues no podemos definir de una manera tan simple lo
que muchos historiadores, matemáticos, filósofos y entusiastas oportunistas han
tratado de desentrañar con años de estudio e investigación. Sin embargo, todo
escritor y artista que se reconozca como tal, sabe reconocer un reto al aire
que le invite a ser testigo de las maravillas infinitas de la reflexión.
La historia me contempla a la
vez que atisbo mi propia historia, donde es inevitable recordarme en aquellos
ayeres de dicha en la supuesta trascendencia de mis aventuras pasadas,
convertidas en montones y montones de escritos que trataban de responder la
sencilla pregunta de quién soy y qué hago en este mundo. Tantos años ya,
adentrándome a los reinados de la soledad, con la venus del silencio y los
sueños de la creación, todo en una sola travesía de difícil inicio y difícil
final. ¿Qué más puedo decir? Siempre divago en este género, ¡y me gusta!, un
inesperado bienestar, ¡me sabe a esperanza!, me sabe a amor y a sufrimiento.
Pero prosigamos, pues para eso
estamos aquí. Tantos años enfrentándome a la blancura del papel, y ahora hasta
siento dolor de cabeza al no poder liberar todo lo que siento en cuanto a lo
que me sigue en esta vida. Me gustaría dar inicio con una pregunta que ha
rondado por mi cabeza estas últimas semanas, y que seguramente a muchos (no a
cualquiera, por desgracia) le haría eco en sus pensares. Han sido llamadas de
muchas formas, como guías, trayectorias, labores de trascendencia, caminos de
vida, pero me he decidido por el concepto de conocimientos, tales como
la ciencia, la religión, el arte, la psicología, el deporte, la organización,
entre muchas otras. Mi pregunta, con respecto a lo anterior, es la siguiente… ¿un conocimiento puede morir? Y lanzo la
pregunta, en este sentido, pues no podría citar en estos momentos alguna
disciplina muerta hasta nuestros días. De entre el olvido y la práctica, hemos
sido testigo de una era prodigiosa de avances y progresos en varios campos del
saber, a lo que surgen más interrogantes.
Supongo que mi pregunta es tan caprichosa
como la de cuando una lengua civilizada puede morir, ya sea por dos o tan sólo
uno de sus hablantes como sobrevivientes a un cataclismo de su práctica. Un
conocimiento como tal, tiene la habilidad de ser auto-sustentable, debido a su
inventiva y trascendencia en el prójimo, capaz de adaptarse a cualquier
circunstancia, y a través de ello seguir evolucionando. Puedo suponer,
humildemente, que un conocimiento llega a morir cuando éste no obedece ya a
ninguna inquietud dentro de nosotros mismos, puesto que todas las disciplinas
antes mencionadas surgieron a partir de una sencilla necesidad con el pasar de
la historia.
Todos esos conocimientos van
dirigidos a descubrir la verdad, varios matices de la misma, o lo que nosotros
podríamos comprender por esa palabra. ¿Cómo esta constante búsqueda se dividió
en tantos caminos? Otra de mis caprichosas preguntas, casi tan grande como la
que me hice con respecto a nuestra capacidad de imaginar, ¿por qué se nos fue
dado tal don?, ¿por qué lo desarrollamos?, ¿cuál es el motivo de desencadenar
tales habilidades?, ¿qué propósito o qué ciclo fomentamos al ejercer estos
saberes? Las teorías no faltan, y puedo afirmar que todo se deriva de una
búsqueda, de un trayecto que seguimos celosamente hasta su fin. Obviamente una
disciplina que no despierte ese instinto visionario, esa intuición cazadora,
ese ideal por lo extraordinario y esa inquebrantable fe de algo más, merece
condenarse al olvido seguro.
¿Algún día se llegará a la respuesta?, ¿seremos testigos de
una prueba tangible e irrefutable de nuestra constante búsqueda por lo
prodigioso, a través de los terrenos invisibles de nuestra naturaleza? Han
pasado millones de años y seguimos ejerciendo dichos conocimientos, lo que nos
indica que aún somos parte de esa gran búsqueda. Si ese gran comienzo dio
rienda suelta al gran mecanismo del cosmos, para adentrarnos al encuentro de
este ideal, entonces en eso radica su genialidad y propósito, todo en la
eternidad de un momento, tan sólo un pequeño momento.
La creación conlleva
propósito.
La vida conlleva
evolución.
La libertad conlleva
sufrimiento.
¿Y la verdad?
Conlleva misterios,
caminos y contradicciones.
Pero sobre todo…
Una fe que no termina
nunca.
En eso consiste un
verdadero arte.
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