miércoles, 12 de abril de 2017

Un verdadero arte.

UN VERDADERO ARTE
El instinto de la fe y el ideal extraordinario.

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“Nuestro interior es una inmensa obscuridad, hogar de una legión de voces”.

“Las enseñanzas humanas son transcendidas por las de la Luna y sus misterios”.

“La fe consiste en decir que la comunicación existe, porque el negar su existencia es tanto como negar la del amor en sí”.

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La creación conlleva propósito.

La vida conlleva evolución.

La libertad conlleva sufrimiento.

¿Y la verdad?

Conlleva misterios, caminos y contradicciones.

Por un momento tratemos de imaginar lo inimaginable, de contemplar lo invisible, de dar forma al caos, de resolver la ecuación invencible de la infinidad, y establecer el comienzo del fin. El resultado podría ser la visión más clara de Dios en nosotros mismos. Aunque claro, sólo exagero, pues no podemos definir de una manera tan simple lo que muchos historiadores, matemáticos, filósofos y entusiastas oportunistas han tratado de desentrañar con años de estudio e investigación. Sin embargo, todo escritor y artista que se reconozca como tal, sabe reconocer un reto al aire que le invite a ser testigo de las maravillas infinitas de la reflexión.
La historia me contempla a la vez que atisbo mi propia historia, donde es inevitable recordarme en aquellos ayeres de dicha en la supuesta trascendencia de mis aventuras pasadas, convertidas en montones y montones de escritos que trataban de responder la sencilla pregunta de quién soy y qué hago en este mundo. Tantos años ya, adentrándome a los reinados de la soledad, con la venus del silencio y los sueños de la creación, todo en una sola travesía de difícil inicio y difícil final. ¿Qué más puedo decir? Siempre divago en este género, ¡y me gusta!, un inesperado bienestar, ¡me sabe a esperanza!, me sabe a amor y a sufrimiento.
Pero prosigamos, pues para eso estamos aquí. Tantos años enfrentándome a la blancura del papel, y ahora hasta siento dolor de cabeza al no poder liberar todo lo que siento en cuanto a lo que me sigue en esta vida. Me gustaría dar inicio con una pregunta que ha rondado por mi cabeza estas últimas semanas, y que seguramente a muchos (no a cualquiera, por desgracia) le haría eco en sus pensares. Han sido llamadas de muchas formas, como guías, trayectorias, labores de trascendencia, caminos de vida, pero me he decidido por el concepto de conocimientos, tales como la ciencia, la religión, el arte, la psicología, el deporte, la organización, entre muchas otras. Mi pregunta, con respecto a lo anterior, es la siguiente… ¿un conocimiento puede morir? Y lanzo la pregunta, en este sentido, pues no podría citar en estos momentos alguna disciplina muerta hasta nuestros días. De entre el olvido y la práctica, hemos sido testigo de una era prodigiosa de avances y progresos en varios campos del saber, a lo que surgen más interrogantes.
Supongo que mi pregunta es tan caprichosa como la de cuando una lengua civilizada puede morir, ya sea por dos o tan sólo uno de sus hablantes como sobrevivientes a un cataclismo de su práctica. Un conocimiento como tal, tiene la habilidad de ser auto-sustentable, debido a su inventiva y trascendencia en el prójimo, capaz de adaptarse a cualquier circunstancia, y a través de ello seguir evolucionando. Puedo suponer, humildemente, que un conocimiento llega a morir cuando éste no obedece ya a ninguna inquietud dentro de nosotros mismos, puesto que todas las disciplinas antes mencionadas surgieron a partir de una sencilla necesidad con el pasar de la historia.
Todos esos conocimientos van dirigidos a descubrir la verdad, varios matices de la misma, o lo que nosotros podríamos comprender por esa palabra. ¿Cómo esta constante búsqueda se dividió en tantos caminos? Otra de mis caprichosas preguntas, casi tan grande como la que me hice con respecto a nuestra capacidad de imaginar, ¿por qué se nos fue dado tal don?, ¿por qué lo desarrollamos?, ¿cuál es el motivo de desencadenar tales habilidades?, ¿qué propósito o qué ciclo fomentamos al ejercer estos saberes? Las teorías no faltan, y puedo afirmar que todo se deriva de una búsqueda, de un trayecto que seguimos celosamente hasta su fin. Obviamente una disciplina que no despierte ese instinto visionario, esa intuición cazadora, ese ideal por lo extraordinario y esa inquebrantable fe de algo más, merece condenarse al olvido seguro.
¿Algún día se llegará a la respuesta?, ¿seremos testigos de una prueba tangible e irrefutable de nuestra constante búsqueda por lo prodigioso, a través de los terrenos invisibles de nuestra naturaleza? Han pasado millones de años y seguimos ejerciendo dichos conocimientos, lo que nos indica que aún somos parte de esa gran búsqueda. Si ese gran comienzo dio rienda suelta al gran mecanismo del cosmos, para adentrarnos al encuentro de este ideal, entonces en eso radica su genialidad y propósito, todo en la eternidad de un momento, tan sólo un pequeño momento.

La creación conlleva propósito.

La vida conlleva evolución.

La libertad conlleva sufrimiento.

¿Y la verdad?

Conlleva misterios, caminos y contradicciones.

Pero sobre todo…

Una fe que no termina nunca.

En eso consiste un verdadero arte.

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