sábado, 20 de enero de 2018

Los orígenes de la luz.

LOS ORÍGENES DE LA LUZ

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La Culpa la tiene Cyrano o de flores marchitas y lluvias aisladas.

Presentación del 14 de Enero en el Teatro Julio Castillo, Centro Cultural del Bosque.

Pensamientos antes de entrar a escena:

“Un camino de obscuridad”.

“Mis ojos se abren a un camino de obscuridad. Mis emociones resbalan mientras soy consumido por pensamientos de un ayer prodigioso. Imagino el umbral de las fantasías, donde grandes héroes igual se enfrentaron a bestias feroces, criaturas de todas las formas y tamaños, cuyos ojos reflejan la verdad que sólo vemos en sueños. Muchas veces me he enfrentado a ese monstruo, y he salido triunfante, pues siempre he sido yo el enemigo a vencer y el adversario a superar. Con una sonrisa y mis recuerdos, en esa obscuridad he sido la sombra de un guardián, el sabedor de lo imposible, o una tenue flama en busca de su luz. Luz. Luz que se extingue y renace. Luz, luz y más luz que emerge en nuevos momentos. Mis ojos se abren, y la luz se desvanece. He ahí el despertar, donde el escenario me espera”.

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“Y en algún lugar del universo, una pequeña flama despertó su luz”.

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Me gustaría iniciar este viaje, si se me permite, con una alabanza a la leyenda de Sigfrido en El Anillo de los Nibelungos, explicando a través de tres puntos principales el porqué es una historia que atañe al frenético umbral que vive nuestro mundo actualmente. En primer lugar, debemos apreciar estos cantares por su contexto histórico, en donde se vive una época de cambio mientras los viejos poderes están siendo reemplazados por los nuevos poderes, una generación de antiguos dioses está dando paso a una nueva generación regida por un único dios en la mente mortal, una transición que la humanidad siempre ha vivido y que hasta cierto punto todos podemos comprender tanto su significado como su accionar. Pero sabemos que estos movimientos de una fe a otra trae consigo tanto creyentes como desertores, lo que permite la existencia de un elemento pródigo reconocido en muchas culturas por aquel que no cree en nada más allá que si mismo, que no es ni parte ni de un bando ni del otro, con el único objetivo de ser el máximo beneficiado, y dicho personaje en la leyenda que nos ocupa es bien representado en la figura del enano Alberich e incluso de su hijo quien nació en ira, Lord Hagen.
Es un asunto complicado el cómo este tema de las creencias, o la fe, no solamente religiosa sino de otras índoles, y más encaminado a la absoluta creencia en uno mismo no sólo pueda llevarte hacia el lado de la codicia sino por el lado del descubrimiento, la sencillez, e incluso la humildad. Claro, tanto Alberich como Lord Hagen no creían en sí mismos como tal, de lo contrario no habría historia, no habría narrativa, no habría tragedia alguna, pues ellos creían únicamente en algo ajeno a ellos, que era el poder absoluto que les prometía el oro del Rhin. También, obviamente, la creencia que proviene de la fe, hablando específicamente de religiones, también puede llevarte a la codicia o a la humildad, aunque ese es un tema de voluntad y decisiones del cual no deseo inmiscuirme en este momento. Volviendo a la idea principal, en una etapa de transición, existen estos casos de vulnerabilidad, donde corazones codiciosos quieren hacerse con el poder absoluto.
El segundo punto, recalcando esta vulnerabilidad, es donde corazones frágiles pueden ser víctima de malas intenciones, como es el caso de Sigfrido. El protagonista de esta epopeya peca de vanidad, pues se nos plantea a un héroe sin miedo en su corazón, quien al ganar dones tan grandes como una espada de conquista, cuerpo invencible, y el amor de una reina, se vuelve ingenuo ante seres desconocidos, lo que provoca su inevitable final.
El tercer punto, que a mi parecer es el más importante, es representando por Brunilda, un ser que presume un linaje divino siendo el puente entre el viejo mundo y el nuevo mundo, la pieza angular de un mundo en cambio, que si bien igual fue víctima de las manipulaciones de Lord Hagen y la ingenuidad de Sigfrido, a tal punto de que todo lo que sentía por su héroe se volcó en una rabia absurda, al final comprendió que la auténtica felicidad no la traerá ni el oro, ni el prestigio, ni el poder, sino el amor, el verdadero amor, un amor que debe permanecer ante cualquier cambio que tenga el mundo o uno mismo. La gran pregunta sería, ¿por qué Brunilda comprendió hasta después su importancia? Bueno, pues he ahí lo trágico del asunto, ¡he ahí la tragedia!, algo que puede sucedernos a todos. Y siendo muy sincero con respecto al amor, que muchos podrán preguntar que con qué hocico lo digo, ¡bueno!, del error se aprende ¿no?, y aunque quieran llamarme idealista, ingenuo o soñador, pues he vivido varias cosas últimamente para poder decirlo, es que el amor no se limita al de una pareja, ¡el cual es fantástico!, pero también existe el amor a ti mismo, el amor a lo que haces, y a uno que otro prójimo (obviamente no a todos, pues sé reconocer mis límites).
¿A dónde me dirige esta alabanza? Pues únicamente al cambio, que a mi parecer, me gustaría definir como nuestra esencia, el punto central que nos une a todos como especie, aquella parte inamovible en nuestro ser que paradójicamente siempre está en movimiento. Es preciso señalar, que como todo, la esencia es una palabra, cuyo significado puede ser diferente para cada uno; la esencia no es algo que podamos palpar abiertamente o sentir (hasta donde yo sé), sino sencillamente algo que podemos tratar de definir, lo cual nunca es sencillo. Creo con ferviente seguridad que la palabra es poder, pero a veces me hace sentir que la palabra misma nos separa de aquello que está más allá del poder: la creación.
He escrito incontables ensayos sobre la imaginación humana, no como fuente creadora sino como capacidad innata en nuestro ser, haciéndome siempre la misma pregunta de porqué nacimos con esta habilidad de visualizar lo extraordinario, de forjar en un espacio ajeno a nuestra realidad lo que queramos. Casi a inicios de la Era de las Posibilidades contemplé la imaginación como un camino hacia lo imposible, un viaje por lo indecible, cuya brecha tan delgada ha sido el éxtasis y el tormento de creadores en todo el mundo. Si nuestra esencia está ligada a este constante cambio, a estas grandes posibilidades de ser, ¿llegará el día en que seamos capaces de palpar esta luz propia?, ¿en qué momento de nuestros orígenes como pequeñas flamas nos alejamos de la gran luz, la luz del cambio, de la esencia y el amor?, ¿quizás, al nacer, cuando la luz se disipaba y nos encontramos en el gran escenario, que es el mundo? No lo sabremos hasta el momento propicio, pero debo confesar, orgullosamente, que he sentido esa luz en mi interior. La luz de mi esencia, la luz del cambio, la luz del amor…

Y sigo mi travesía, para saber lo que hay más allá de esa luz.

Maximilian de Zalce.

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