LOS ORÍGENES DE LA LUZ
. . .
La Culpa la
tiene Cyrano o de flores marchitas y lluvias aisladas.
Presentación
del 14 de Enero en el Teatro Julio Castillo, Centro Cultural del Bosque.
Pensamientos
antes de entrar a escena:
“Un camino de
obscuridad”.
“Mis ojos se abren a
un camino de obscuridad. Mis emociones resbalan mientras soy consumido por
pensamientos de un ayer prodigioso. Imagino el umbral de las fantasías, donde
grandes héroes igual se enfrentaron a bestias feroces, criaturas de todas las
formas y tamaños, cuyos ojos reflejan la verdad que sólo vemos en sueños.
Muchas veces me he enfrentado a ese monstruo, y he salido triunfante, pues
siempre he sido yo el enemigo a vencer y el adversario a superar. Con una
sonrisa y mis recuerdos, en esa obscuridad he sido la sombra de un guardián, el
sabedor de lo imposible, o una tenue flama en busca de su luz. Luz. Luz que se
extingue y renace. Luz, luz y más luz que emerge en nuevos momentos. Mis ojos
se abren, y la luz se desvanece. He ahí el despertar, donde el escenario me
espera”.
. . .
“Y en algún
lugar del universo, una pequeña flama despertó su luz”.
. . .
Me gustaría iniciar este viaje, si se me permite, con
una alabanza a la leyenda de Sigfrido en El Anillo de los Nibelungos,
explicando a través de tres puntos principales el porqué es una historia que
atañe al frenético umbral que vive nuestro mundo actualmente. En primer lugar,
debemos apreciar estos cantares por su contexto histórico, en donde se vive una
época de cambio mientras los viejos poderes están siendo reemplazados por los
nuevos poderes, una generación de antiguos dioses está dando paso a una nueva
generación regida por un único dios en la mente mortal, una transición que la
humanidad siempre ha vivido y que hasta cierto punto todos podemos comprender
tanto su significado como su accionar. Pero sabemos que estos movimientos de
una fe a otra trae consigo tanto creyentes como desertores, lo que permite la
existencia de un elemento pródigo reconocido en muchas culturas por aquel que no
cree en nada más allá que si mismo, que no es ni parte ni de un bando ni del
otro, con el único objetivo de ser el máximo beneficiado, y dicho personaje en
la leyenda que nos ocupa es bien representado en la figura del enano Alberich e
incluso de su hijo quien nació en ira, Lord Hagen.
Es un asunto complicado el cómo este tema de las
creencias, o la fe, no solamente religiosa sino de otras índoles, y más
encaminado a la absoluta creencia en uno mismo no sólo pueda llevarte hacia el
lado de la codicia sino por el lado del descubrimiento, la sencillez, e incluso
la humildad. Claro, tanto Alberich como Lord Hagen no creían en sí mismos como
tal, de lo contrario no habría historia, no habría narrativa, no habría
tragedia alguna, pues ellos creían únicamente en algo ajeno a ellos, que era el
poder absoluto que les prometía el oro del Rhin. También, obviamente, la
creencia que proviene de la fe, hablando específicamente de religiones, también
puede llevarte a la codicia o a la humildad, aunque ese es un tema de voluntad
y decisiones del cual no deseo inmiscuirme en este momento. Volviendo a la idea
principal, en una etapa de transición, existen estos casos de vulnerabilidad, donde
corazones codiciosos quieren hacerse con el poder absoluto.
El segundo punto, recalcando esta vulnerabilidad, es
donde corazones frágiles pueden ser víctima de malas intenciones, como es el
caso de Sigfrido. El protagonista de esta epopeya peca de vanidad, pues se nos
plantea a un héroe sin miedo en su corazón, quien al ganar dones tan grandes
como una espada de conquista, cuerpo invencible, y el amor de una reina, se
vuelve ingenuo ante seres desconocidos, lo que provoca su inevitable final.
El tercer punto, que a mi parecer es el más importante,
es representando por Brunilda, un ser que presume un linaje divino siendo el
puente entre el viejo mundo y el nuevo mundo, la pieza angular de un mundo en
cambio, que si bien igual fue víctima de las manipulaciones de Lord Hagen y la
ingenuidad de Sigfrido, a tal punto de que todo lo que sentía por su héroe se
volcó en una rabia absurda, al final comprendió que la auténtica felicidad no
la traerá ni el oro, ni el prestigio, ni el poder, sino el amor, el verdadero
amor, un amor que debe permanecer ante cualquier cambio que tenga el mundo o
uno mismo. La gran pregunta sería, ¿por qué Brunilda comprendió hasta después
su importancia? Bueno, pues he ahí lo trágico del asunto, ¡he ahí la tragedia!,
algo que puede sucedernos a todos. Y siendo muy sincero con respecto al amor,
que muchos podrán preguntar que con qué hocico lo digo, ¡bueno!, del error se
aprende ¿no?, y aunque quieran llamarme idealista, ingenuo o soñador, pues he
vivido varias cosas últimamente para poder decirlo, es que el amor no se limita
al de una pareja, ¡el cual es fantástico!, pero también existe el amor a ti
mismo, el amor a lo que haces, y a uno que otro prójimo (obviamente no a todos,
pues sé reconocer mis límites).
¿A dónde me dirige esta alabanza? Pues únicamente al
cambio, que a mi parecer, me gustaría definir como nuestra esencia, el punto
central que nos une a todos como especie, aquella parte inamovible en nuestro
ser que paradójicamente siempre está en movimiento. Es preciso señalar, que
como todo, la esencia es una palabra, cuyo significado puede ser diferente para
cada uno; la esencia no es algo que podamos palpar abiertamente o sentir (hasta
donde yo sé), sino sencillamente algo que podemos tratar de definir, lo cual
nunca es sencillo. Creo con ferviente seguridad que la palabra es poder, pero a
veces me hace sentir que la palabra misma nos separa de aquello que está más
allá del poder: la creación.
He
escrito incontables ensayos sobre la imaginación humana, no como fuente
creadora sino como capacidad innata en nuestro ser, haciéndome siempre la misma
pregunta de porqué nacimos con esta habilidad de visualizar lo extraordinario,
de forjar en un espacio ajeno a nuestra realidad lo que queramos. Casi a
inicios de la Era de las Posibilidades contemplé
la imaginación como un camino hacia lo imposible, un viaje por lo indecible,
cuya brecha tan delgada ha sido el éxtasis y el tormento de creadores en todo
el mundo. Si nuestra esencia está ligada a este constante cambio, a estas
grandes posibilidades de ser, ¿llegará el día en que seamos capaces de palpar
esta luz propia?, ¿en qué momento de nuestros orígenes como pequeñas flamas nos
alejamos de la gran luz, la luz del cambio, de la esencia y el amor?, ¿quizás,
al nacer, cuando la luz se disipaba y nos encontramos en el gran escenario, que
es el mundo? No lo sabremos hasta el momento propicio, pero debo confesar,
orgullosamente, que he sentido esa luz en mi interior. La luz de mi esencia, la
luz del cambio, la luz del amor…
Y sigo mi travesía, para saber lo que hay más allá de
esa luz.
Maximilian de
Zalce.
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