miércoles, 31 de mayo de 2017

La isla del tesoro.


[…] Hace un siglo aproximadamente, allá por los años en que vivió Robert L. Stevenson, la fantasía, el afán por la aventura, por ir un poco más allá de lo desconocido, aún podía saciarse a ras de tierra, aún no apuntaba, como hoy, hacia las estrellas […]
[…] Cuando el arte, y en él la novela, es sobre todo un desafío al lector y muchas veces un oscuro jeroglífico a descifrar o interpretar, y las historias para jóvenes relatos interminables de violencia, La isla del Tesoro puede llevar a unos y otros hasta un mundo distinto de aventura, aquí abajo en la Tierra, más no por ello menos generoso, porque la mejor fantasía del hombre, adondequiera que vaya, cualquiera que sea su edad, está dentro de sí, en su capacidad de imaginar a través de su arte, su corazón y su inteligencia […]

Antes de abordar propiamente los simbolismos encontrados dentro de esta historia, debo aclarar que mi interés por la presente novela nació a partir de mi infancia con la película del año 2002, El planeta del tesoro, la cual es mi favorita dentro de todos los largometrajes animados producidos por Disney. Es por ello que mi curiosidad me trajo como un navegante primerizo a estas aguas literarias, introduciéndome en una modesta pero apasionante aventura sobre un grupo de intrépidos navegantes, quienes se enfrentan con heroísmo a una horda de sádicos piratas, en la búsqueda de un gran tesoro.
La travesía comienza con Jim Hawkins, un muchacho que junto a sus padres trabaja en la posada del Almirante Benbow, donde reciben a un misterioso personaje conocido como Billy Bones, cuya única pertenencia, un viejo y oxidado cofre, despierta cierta inquietud hacia lo desconocido. Sin pasar mucho tiempo, otro visitante surge de las tinieblas, un pirata ciego que buscaba la única pertenencia de Billy Bones, siendo emisario de una gran horda de rufianes que destruirían el lugar si no se les era entregado el cofre. Sin embargo, cuando el viejo navegante muere en la posada, Jim junto a su madre deciden inspeccionar sus últimas posesiones, encontrando así un mapa y un diario de navegación, lo que directamente lanzaría a Jim a los mares de la aventura, con el objetivo de encontrar la mencionada isla.
A partir de este punto hay tres elementos muy importantes que van definiendo al personaje de Jim como el destinado para esta gran empresa. El primero, el más obvio de todos, es la llegada de Billy Bones, llevando su misterioso cofre, siendo éste el objeto catalizador que altera el mundo normal de nuestros protagonistas; el segundo es la muerte del padre de Jim, donde el joven sufre la pérdida de la figura paternal, siendo esto un tránsito hacia su propia madurez; y finalmente, la decisión que lo lleva a tomar el mapa entre sus manos y embarcarse en la cruzada por el tesoro del capitán Flint.
Es entonces donde se nos presenta a uno de los personajes más memorables de toda esta aventura, desgraciadamente sin partes mecánicas en su cuerpo, el legendario John Silver, el bribón más intrépido de todos los mares. Cuando Jim Hawkins, junto con el doctor Livesey, hacen los preparativos del viaje, la tripulación viene siendo un grupo de piratas con la intención de apoderarse del tesoro.
Jim descubre con buen tiempo la conspiración de los piratas, haciendo que las cosas se salieran de control una vez llegados a la isla, separándose en bandos dispuestos a matarse entre sí. Aquello me hace pensar en cómo la historia funge como un ente vivo, en representación al ser humano, debido a que los personajes que se batieron en esos fragmentos de la novela, simbolizan nuestras diversas pulsiones, aquellas que nos permiten aferrarnos a nuestros principios o las que nos hacen sucumbir a la codicia y al salvajismo.
Pero incluso la novela nos regala la complejidad potencial de los personajes, tal es el caso de John Silver, quien decide pactar con Jim para salvar ambos bandos y terminar con la matanza. Podemos resaltar ampliamente su cobardía en varios momentos de la historia, pero igual hay ciertos dejos de bondad en el personaje que nos enseñan que incluso el más terrible rufián puede tener cierto sentido del honor cuando se ve correspondido.

“Escúchame, James Hawkins. Tienes la fuerza de tu grandeza, pero tienes que tomar el timón y decidir tu propio curso. Síguelo, no importa que duela. Y cuando el tiempo venga a decirte que tienes que izar las velas y ser todo un hombre, yo…espero estar ahí, recibiendo algo de la luz que emitas ese día”.

John Silver.
El planeta del tesoro.

La novela, en últimas instancias, aunque en ocasiones podría parecerme pesada la constante descripción que hace de los personajes involucrados, es rica en contenido, lo que da realce a toda la travesía página tras página. El ofrecimiento de tantos datos provoca una narrativa más fluida y que otorga más atención a todos los detalles durante el transcurso de la historia.
Puedo igual resaltar al personaje de Jim Hawkins como la figura del héroe soñador, un aventurero que se enfrenta a la adversidad sin desearlo, cuyo ingenio y habilidad le permiten salir avante en cada prueba. Un tema a resaltar es igualmente la valentía de este muchacho ante situaciones tan difíciles, pero que toma la iniciativa de encontrar una solución, desafiando abiertamente el peligro. Esta esencia es el núcleo del personaje, y aunque en un principio sólo parecía un muchacho de posada, poco a poco se ve cómo se adapta a la situación, haciendo brillar toda la fuerza de su grandeza.

Maximilian de Zalce.

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