viernes, 2 de diciembre de 2016

La venus del silencio.

LA VENUS DEL SILENCIO
Una historia perdida en el alma de un enamorado.

En el interior mortuorio de mis sentires, existe un armario, y en dicho lugar se esconde una cajita, que contiene el resplandor de mil ayeres, como también, paradójicamente, el reflejo de grandes fracasos, promesas que no cumplí y palabras que nunca dije.

¿Qué es la soledad?

¿Qué es el amor?

¿Qué es la realidad?

Ahora seguramente debería comenzar este escrito con algo como: “los recuerdos tortuosos se atropellan apremiantes dentro de mi mente”, “las sombras de un pasado marchito me atormentan cada noche”, “el ardor de mil fantasías incompletas no me deja conciliar tranquilamente el sueño”. Después de todo, ¿no va de eso un escrito?, ¿la expresión de los sentires?, ¿un ilimitado juego del lenguaje para dar rienda suelta a una emoción rebelde? Quizá si, quizá no, siendo que en realidad, no sé cómo calificar lo que estoy haciendo. Esto no pretende ser un cuento, un poema, o un ensayo, quizá todo lo anterior y nada a la vez, no sé si esto entra en un género en particular. Seguramente algún charlatán bocazas podría alzar mil decires al viento sobre lo que intento hacer, o mejor aún, ¡preferiblemente!, un experto vividor del tema podría prestarme mano amiga para explicarme realmente lo que hice. Exactamente, aunque he puesto título y principio a esto, no sé a dónde me dirijo en realidad. Quizá lo sabré más adelante. De todas formas, así inició el universo, ¿no? Una explosión singular de partículas que generaron, ya sea de manera premeditada o accidental, el surgimiento de la vida. Millones de años después, henos aquí, y como tal, intuyo que esto me llevará a algún lado.
Mi primera intención es la de dar orden. Lejos de lo que muchos creen, realmente no soy tan ordenado como, supongo yo, se piensa. ¿O qué?, ¿creían que con tener un par de calcetines limpios, una playera dispuesta, libros en su respectivo lugar, e incontables anotaciones acerca de la vida y la continuación de ésta, me vuelve alguien ordenado? No, en realidad. Pero llega un momento en que el caos se detiene ante el arte, porque la creación de la misma da equilibrio a su realidad. De igual forma, digo yo, puede generar más caos, dando origen a un movimiento cíclico de nula resolución, aunque claro, no estoy aquí, viviendo mi escrito, para discutir posturas filosóficas abstractas en el poder de supuestos contrarios complementarios. No, estoy aquí para crear.
¿Qué es la soledad? En fin, difícil decirlo, siendo que las interpretaciones de la misma son varias. Si me atrevo a iniciar su significación con el sufijo “es”, habrá quienes lastimeramente se confundan, se sientan frustrados, y posiblemente me contradigan. Como también, claro, naturalmente, existirán personas comprensivas de que mi intención de utilizar dicho sufijo, nace de una postura generada por la experiencia. Pero aún así, me arriesgaré a responder, ¿qué es la soledad? Un instante viviente de nuestro dolor y anhelo, un arlequín de sonrisa moderada que nos entretiene en nuestros momentos de mayor pesar, un espejo esclarecedor de nuestra propia apariencia, unos segundos de neurosis que nos permiten apreciar lo verdaderamente bello en nosotros mismos, como también, en el resto de la humanidad.
Aquello me recuerda una historia contada…por un amigo muy singular. Este estupendo amigo, siendo algo tartamudo, y un tanto olvidadizo, llegaba a mí en las noches de insomnio y emoción, para contarme fragmentos, uno tras otro, que dibujaban todo un escenario de ricura para mis sentidos. Sin embargo, este buen amigo mío, perjura su historia como una situación real, una experiencia auténtica de su vida, y cómo me la contaba en partes en aquellas noches aciagas como un cuervo cabrón que no tenía nada mejor que hacer, él tendía a proferir su anécdota como una dulce historia de amor. “¡Qué amoroso!”, diría Sabines; “¡Qué adolorido!”, diría Wilde; “¡Qué anarquista!”, diría Allan Moore; y “¡Qué fuerte!”, diría Cuauhtémoc Sánchez. Entre silencios místicos, y uno que otro casi estrangulamiento a mi buen compadre para que me recordara hasta el más mínimo detalle de su experiencia, decidí juntar los fragmentos para mostrárselos, y como toda historia legendaria, les pido que atestigüemos juntos, el origen del viaje…

Era una fría tarde de Octubre, y el sol cubría con su hermosa luz largas calles ante mí. Recuerdo que una poderosa brisa se paseaba a mi alrededor, lo que me hacía llevar mi mano constantemente a mis cabellos para ajusticiarlos cómo era debido. Aprovechaba para acariciar mi rostro, pues me gustaba el aroma dulce de champú en mis manos, en conjunto con una suavidad contra mi piel que me hacía sonreír. Por esas fechas, al tener desvelos constantes, mi horario biológico se había acomodado a un despertar tardío. Aquel día eran las tres de la tarde, y era un regalo divino despertar, arreglarse, y salir para respirar un nuevo día. Los hay quienes prefieren salir hacia un objetivo fijo o pasear sin razón alguna. Decidí que me gusta hacer ambas cosas, pero ese no era el caso. Una sorpresa se había topado en mi camino.
En las historias se narran héroes que se encuentran con ninfas, sirenas, princesas, incluso una que otra bruja privilegiada, pero yo no esperaba encontrarme de buenas a primeras con una diosa. Claro, si la vida fuera una historia, si pudiera uno escribirse a voluntad lo que más le conviene, o sugerir a su creador algunos cambios menores, aquello sería ideal. Pero aquel encuentro, no fue una historia, ¡sucedió!, en mi vida.
Entre espejismos la diosa me dedicó una tierna sonrisa, y me gustaría decir que no encontré palabras para describir su belleza, pero tú sabes, amigo mío, lo obstinado que soy en esos temas, por lo que te hago conocedor de su aspecto. Poseía una figura divina, siniestra, fantasmal, increíble, como el de una flor en apogeo o una estatua de marfil bajo la luna en un extenso campo a media noche. Su cabeza iba adornada de un adorable gorro azul tejido, presumiblemente hecho por mano propia, y debajo de él denotaba una lúcida cabellera castaña, brillante como un río o una llamarada solar en conjunto con estrellas fugaces. Su frente no era tan amplia ni tan pequeña, y denotaba desde ahí una piel suave a la vista, tan anhelada como la seda. Sus pequeños ojos, simpáticos, juguetones, traicioneros, llameantes, seductores, me miraban apenas, de arriba abajo, y desde ese instante me vi esclavo de aquella mirada. Sus labios, carnosos, sensuales, torcidos en una sonrisa pícara y confiada me envolvían como un capullo, como una presa a punto de ser devorada. Sus facciones eran aniñadas, enternecidas, escondiendo bajo dulce piel los deseos intensos de la carne ajena.
Confieso que experimenté una encrucijada de fantasías la primera vez que la vi; si los ángeles bailan en la punta de los alfileres y los demonios en los centros de las estrellas, ¿qué entes se pasean en el filo del pensamiento?, ¿qué extraordinarias visiones para el ser humano se revelan en los terrenos de la imaginación?, ¿cómo no sentirnos dioses en nuestro propio mundo obscuro?
Su mirada hipnótica me atrajo como un insecto a la cegadora luz, moviendo mis músculos para encontrarme en el camino que elegí ese día. Cada paso me permitía apreciar mejor su atuendo; un suéter anaranjado, cuyas largas mangas daban la impresión de una niña pequeña, y unos pantalones ajustados que le daban cierta formalidad. Al tenerla frente a mí, fui consciente de los detalles en su cuello, en sus manos, en el tenue movimiento de sus respiraciones. Aquello me fascinaba, me enloquecía, su presencia invocaba emoción, anhelo, deseo. Su aroma llegó hasta mí, degustándolo por varios segundos, una especie de mezcla, ¿jabón perfumado, quizás? No había manera de saberlo, ¿qué misterios guarda dicho olor?, ¿cuál es el aroma de su enfado, de su esfuerzo, de su deseo?, ¿qué hay detrás de los agradables aromas que despide su ser?
Ante mí, sin mediar palabra, me extendió su mano, y como atraído por alguna conexión mística e inexplicable, nuestros dedos se rozaron mutuamente en el espacio entre nosotros, para luego dar la primera probada a su piel besando la mano que había dirigido hacia mí persona. Su sonrisa me obsequió el vistazo de una brillante dentadura, afilada para las presas indefensas, ¿cuántas almas afortunadas tuvieron que verse consumidas ante esas hermosas y letales fauces? Quería ser uno de ellos.
Se aproximó más hacia mí, conquistando mi espacio, oliendo seguramente el miedo, el deseo, la jugosa desesperación que me provocaba. Un suspiro silencioso me delató, lo que provocó una breve risa, tan melodiosa como poesía sobre la luna.
Como un rito, su pequeña nariz se paseó sobre mi mejilla, moviéndose para dar paso a los labios que me regalaron un lindo beso. Mi rostro se había vuelto un océano, y su boca el barco que buscaba tesoros en sus horizontes. Mis manos no paraban de temblar, dudosas, suplicantes, temiendo hacer algo equivocado, por lo que permanecieron inmóviles, esclavizadas al placer que sentía. Un beso le siguió otro y otro, y cómo las gotas delicadas de un fruto prohibido, fui víctima de su embriaguez, sacudiéndome a dios y al demonio, y de esa forma nuestras pieles se acariciaron con lentitud, hasta que nuestros labios se encontraron como los de Adán y Eva a primera vista en el paraíso.
La intimidad, tan suave, tan deliciosa, tan hambrienta de nuevos placeres. ¿Qué hace la alevosía tan mágica para los devastadores del mundo?, ¿acaso la finura de unos ojos perder su luz equivale a la nota más bella, la pincelada más fina, las palabras más dulces? Así sentí mi beso con aquella diosa, como la muerte, recuerdos que vuelven a mí una y otra vez hasta la locura, la desesperación de verme libre de tales ardores agonizantes bajo mi piel, una total aniquilación a las fortalezas de mi entendimiento. Aquel beso fue mi muerte, mi prisión, y fui yo quien le otorgué la única llave.
Su aliento sopló sobre mis labios una y otra vez al finalizar el beso, enloqueciéndome, hirviendo mi sangre, lo que me invitó a tomarla entre mis brazos; ella no oponía resistencia alguna, de hecho sonreía con ingenuidad, como ausente de mi poderío, burlándose en silencio. La besé frenético, esta vez apoderándome de sus fuertes caderas, a lo que ella aprovechó para aferrarse grácilmente a mi cuello con sus delicadas manos. Rompí nuestro beso una vez más para suspirar, haciéndome sentir, segundos después, su lengua pasearse sobre la comisura de mi boca, y seguirse hasta mis labios, una y otra vez, cómo la serpiente que invita a su presa a pasar la noche en su nido, y eso me motivó lo suficiente como para cargarla, llevándomela a otro mundo.
¿A dónde me la llevé?, ¿qué importancia tiene eso, amigo mío?, ¡a la primer fortaleza que encontrara!, lo cual no me tomó mucho tiempo. Finalmente, en nuestros aposentos privados, contemplé con ternura cómo la diosa concedía una mirada interesada hacia los ventanales infinitos de otros universos, novelas de toda índole, que reflejaban travesías de mil mundos. Mis ansias hervían ante su calma, de modo que casi ignorando mi presencia, me le acerqué, y ofreciéndome su espalda, la abracé, besándole el cuello, dejando que mis manos se pasearan libremente por su busto. Gimió como un felino triunfante, y cual su juguete, me apartó con sencillos movimientos. Aún a esa distancia adivinaba su sonrisa dominante. Le pedí un beso, una caricia, aunque fuera una mirada, pero parecía que una pantalla invisible nos mantenía en realidades diferentes.
Debo decirlo, compadre, que la naturaleza fue muy pícara cuando creó a la mujer, haciendo de ésta el castigo predilecto del hombre. Tú bien sabes, que sólo hablo por mí, pero como te refiero esta anécdota a detalle, debo atribuirle mis más privados pensamientos, para que se comprenda de alguna forma. Pero si, pícara naturaleza, formando a diosas vivientes, siendo que sin ellas no podríamos vivir, madres de todo el cosmos, señoritas chulas y preciosas, caprichudas y enojonas, que con dos o tres besos, y uno que otro guiñito, nos tienen en el cielo flotando con los pajaritos.
Anhelante, con el deseo a flor de piel, volví a acercarme a sus divinas curvas, acariciando la forma de sus piernas, besando sus contornos y horizontes, y llegado a las montañas, es decir sus glúteos, ella se dio satisfecha al verme tan derrotado. La coquetería regresó a su semblante, viéndome a sus pies, y tendiéndose en nuestro lecho, me los ofreció para que la descalzara, dejándome divertirme un buen rato.
Las prendas que nos escondían tocaron el suelo de la habitación cual ángeles caídos. Centenares de inconfundibles escalofríos de placer me abrazaron ante la visión milagrosa de su cuerpo primigenio, carente de los telares que sólo servían para esconder el propósito del goce y la creación. Como un cachorro de león lanzado al bosque de lo desconocido, me lancé sobre ella explorando los campos santos del misterio y el placer, depositando besos en mi travesía como testimonios gloriosos que quedarían en mi memoria hasta el día de mi muerte. La magia de verme poseído por sus mordidas, por sus gemidos, por sus sonrisas traviesas al verme domado por la pasión que me infundía su hermosura, se me antojaban de una fragancia aventurera, al mismo tiempo que la diosa se divertía al verme suplicar cada vez más por sus favores en medio del acto.
¿Qué te puedo decir, amigo mío? No soy versado en los juegos de la seducción, pero ni falta que me hizo siendo que ella dadivosa me llevó de la mano. Me dio a probar sus pies, sus nalgas, sus senos, incluso me torturó con leves gotas de su fruto prohibido en mi paladar; deseaba unirme a ella con todas las lágrimas que profesaba mi ser, fungiendo mi desesperación como un espectáculo a sus ojos al verme suplicar; en los vientos de la incertidumbre, en la lejanía contemplaba el abismo del mundo, que al dejarme caer, ascendí hasta los maravillosos cielos.
Aquel acto me sumía en la decadencia del placer, contemplando así la luz y la obscuridad a cada segundo, cuando salía y volvía a entrar en ella, cuando me apartaba para su deleite, cuando viéndome sumido en la completa devoción, me permitía una vez más el paisaje de su manjar, devorando salvajemente el bosquecillo de su interior, dejando así la semilla en tierras vírgenes.
¿Te parece que soy demasiado descriptivo ante esos detalles? Sé que el erotismo de uno puede ser la pornografía del otro, por ello siéntete libre en frenar mi algarabía al primer instante de asombro mal encaminado. ¿Todo bien? De acuerdo, entonces prosigo.
Un manto silente nos cubrió al avistar la cima del universo. De esa forma mis pensares divagaron en el disfrute de las sensaciones vividas con cada respiración contra mi pecho cuando la diosa descansaba. Contemplé la luz de la tarde alumbrando la habitación, acompañado del inconfundible sonido de algunas gotas de lluvia chocando contra el cristal de la ventana. El cielo lloraba alegre por mí, colmado de tales bendiciones, provocando que mis ojos despidieran con júbilo algunas lágrimas también. Así viajé a las fantasías del sueño, topándome con las hazañas de un niño en compañía de espíritus indomables, observando anhelos y destellos en el porvenir…Pero cuando volví a despertar, la diosa se había marchado, al momento en que yo me preguntaba…

¿Qué es el amor?

“¿Qué es el amor?”, volvió a repetirme justo antes de proseguir su camino, dejándome a mí en acostumbradas reflexiones sobre el mismo fenómeno. Hace eones, en una época gloriosa de disgustos y villanías, discerní en un novela titulada “Tú respuesta: ¿qué miras en mí cuando susurro amor?”, y luego de intensas divagaciones, logré afirmar que el amor es una elección de vivir, pero más allá de que esa sea sólo una impresión mía, aquella respuesta fue producto de un capítulo muy específico de mi existir. Un gran poeta como Dante Alighieri nos ha permitido comprender que este amor puede generar el gran movimiento de los universos, al igual que un buen John Milton nos narra lo que un amor desbordado puede hacer. Culturalmente, puedo afirmar, nuestro amor se limita a banalidades cotidianas, que una vez al haber sido víctima del dolor tan inherente en el espíritu humano, nos permitimos salir de estigmas, y contemplar dicho concepto bajo una visión diferente. Nuestro amor, en muchos casos, suele basarse en el miedo a estar solos, y he ahí el grave problema de nuestra aceptación, o contemplar el amor más allá de formas convencionales. Una vez más, una afirmación lanzada a vientos indomables, de la cual nacerán otras mil respuestas, tratando de negar fervientemente la tesis de la mía. No puede ser de otro modo, y honestamente espero que así suceda.
Como siempre, nos vemos limitados por nuestra humana percepción, siendo que el amor, como cualquier otro concepto ocupado en nuestro lenguaje, es meramente un constructo humano, cuyas significaciones pueden ser varias, pero la realidad de su esencia aún nos es desconocida. Pero no significa que debamos ser algún ente divino para poder apreciarla, como tampoco afirmo que el amor, como realidad en todos sus niveles, no pueda desencadenar la banalidad, el odio y el sufrimiento. Lo debe hacer, sin excusas. Y obviamente, el negar su existencia, es tanto como negar la noción de muchas otras cuestiones, como el de la comunicación en sí. No visualizo la realidad de tal saber por el hecho de haber realizado una carrera basada en la misma, y tan afirmo aquello, que no sé decir si soy comunicólogo o comunicador; prefiero verme como un comunicado a mi mismo, ante las siguientes palabras. El amor, y la comunicación, obviamente van de la mano, pero contemplando ambas, por unos segundos, como dos entes individuales, podemos decir que tienen una similitud muy pícara, porque así como en la comunicación, donde ocurre el fenómeno de haberse logrado o haberse interrumpido, lo mismo sucede con el amor: a veces sucede y a veces no sucede. Pero sucede o no sucede, ¿en cuanto a qué? He ahí otra muy buena pregunta, volviendo inequívocamente, a estas limitantes mundanas, que nos han poseído a todos nosotros.
Prefiero salirme de tantas enmarañadas complicaciones, y afirmar sencillamente que el amor existe en todas partes, y como nosotros de tercos no sabemos corresponder en varias veces. De esta forma, ¿qué es el amor? ¡Pues, joder! ¡La vida en sí! Tan real y creciente como nuestra propia contradicción, de la cual, con las paradojas que hallemos en nuestra comprensión, nos permitimos saber lo que conforma nuestro espíritu, desde la soledad hasta la compañía, desde el horror hasta la belleza, desde el odio hasta el amor, y de la realidad hacia la propia realidad.
A todo esto, ¿qué es la realidad? ¡A qué mi amigo! Sus enredaderas mentales descritas de una forma tan bella habrán puesto en duda a más de uno. La pregunta persiste, ¿fue real lo que nos narró? Pues si se me permite la dicha de poner en bandeja de plata una de mis tantas hipótesis, quizá demos con una bella respuesta, o al menos, con la auténtica pregunta.
Si la realidad es madre de la naturaleza, los descendientes de la misma no tendrían porque no ser reales. De modo que, si la imaginación es una habilidad que poseemos de nacimiento, lo que esta genera, ¿es irreal? ¿La realidad como tal puede generar irrealidad?...por supuesto que puede. Tanto así que la vida genera muerte, a su vez que la creación genera destrucción, un eterno ciclo en la existencia. Pero si la propia muerte igual genera vida, y si la destrucción también genera creación, siguiendo la misma línea, entonces la propia irrealidad puede generar realidad. Y dicha realidad, ¿se refiere a aquello que podemos percibir a propia experiencia bajo nuestra sola comprensión?...pues si, ¡qué mejor! Pero así como la soledad y el amor, de la realidad no se le deben subestimar sus amplias dimensiones, muchas de ellas aún desconocidas. Seguramente se me dirá que existen leyes físicas y cuadriculadas que han medido en intensidad y volumen dicho fenómeno en todos los rincones de la tierra, y yo, con una respetuosa reverencia, abrazo a todas esas leyes, porque las ciencias, como las artes, y todos los conocimientos que nos llevan a la sabiduría, no limitan el descubrimiento y comprensión de lo extraordinario.
La imaginación es un camino de gran verdad, cuyas infinitas delicias, te hacen partícipe de grandes revelaciones, como el encuentro de la soledad, el amor y la realidad en la figura de una venus del silencio, una diosa de marfil suave y viviente, cuyas sonrisas y guiños te someten a una pasión indescriptible, como también te liberan a un paisaje de horrores, decires, gemidos y versos bellos, únicos y reales. Cual romántico, adoro a mi venus del silencio, como una poesía de muchos rostros a través del viaje de la vida.
Ahora seguramente debería finalizar este escrito con algo como: “ahora contemplo destellos del pasado y el porvenir que alumbran mi presente”, “la diosa de placer y dolor me coge en su seno para renacer”, “desprendido del ardor de mil fantasías, me dispongo al sendero de los recuerdos y la creación”. Palabras más, palabras menos, todos los finales posibles se arrejuntan dejando salir un nuevo viaje. No será la última vez que abra aquel armario de promesas sin cumplir, pero ahora me permito abrazar los recuerdos con añoranza, y dejarlos libres como mariposas en el espacio. El amanecer vuelve a pillarme desprevenido, por lo que decido alistarme para sumergirme una vez más en los reinos del sueño. Y ante el nuevo despertar, me veré al lado de mi soledad, de mi amor, de mi realidad, y de la misma imaginación que deseo seguir explorando.

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