LA VENUS DEL SILENCIO
Una historia perdida en el alma de
un enamorado.
En el interior mortuorio de mis sentires, existe un armario, y en dicho
lugar se esconde una cajita, que contiene el resplandor de mil ayeres, como
también, paradójicamente, el reflejo de grandes fracasos, promesas que no
cumplí y palabras que nunca dije.
¿Qué es la soledad?
¿Qué es el amor?
¿Qué es la realidad?
Ahora seguramente debería
comenzar este escrito con algo como: “los
recuerdos tortuosos se atropellan apremiantes dentro de mi mente”, “las sombras
de un pasado marchito me atormentan cada noche”, “el ardor de mil fantasías
incompletas no me deja conciliar tranquilamente el sueño”. Después de todo,
¿no va de eso un escrito?, ¿la expresión de los sentires?, ¿un ilimitado juego
del lenguaje para dar rienda suelta a una emoción rebelde? Quizá si, quizá no,
siendo que en realidad, no sé cómo calificar lo que estoy haciendo. Esto no
pretende ser un cuento, un poema, o un ensayo, quizá todo lo anterior y nada a
la vez, no sé si esto entra en un género en particular. Seguramente algún
charlatán bocazas podría alzar mil decires al viento sobre lo que intento
hacer, o mejor aún, ¡preferiblemente!, un experto vividor del tema podría
prestarme mano amiga para explicarme realmente lo que hice. Exactamente, aunque
he puesto título y principio a esto, no sé a dónde me dirijo en realidad. Quizá
lo sabré más adelante. De todas formas, así inició el universo, ¿no? Una
explosión singular de partículas que generaron, ya sea de manera premeditada o
accidental, el surgimiento de la vida. Millones de años después, henos aquí, y
como tal, intuyo que esto me llevará a algún lado.
Mi primera intención es la de
dar orden. Lejos de lo que muchos creen, realmente no soy tan ordenado como,
supongo yo, se piensa. ¿O qué?, ¿creían que con tener un par de calcetines
limpios, una playera dispuesta, libros en su respectivo lugar, e incontables
anotaciones acerca de la vida y la continuación de ésta, me vuelve alguien
ordenado? No, en realidad. Pero llega un momento en que el caos se detiene ante
el arte, porque la creación de la misma da equilibrio a su realidad. De igual
forma, digo yo, puede generar más caos, dando origen a un movimiento cíclico de
nula resolución, aunque claro, no estoy aquí, viviendo mi escrito, para
discutir posturas filosóficas abstractas en el poder de supuestos contrarios
complementarios. No, estoy aquí para crear.
¿Qué es la soledad? En fin,
difícil decirlo, siendo que las interpretaciones de la misma son varias. Si me
atrevo a iniciar su significación con el sufijo “es”, habrá quienes
lastimeramente se confundan, se sientan frustrados, y posiblemente me
contradigan. Como también, claro, naturalmente, existirán personas comprensivas
de que mi intención de utilizar dicho sufijo, nace de una postura generada por
la experiencia. Pero aún así, me arriesgaré a responder, ¿qué es la soledad? Un
instante viviente de nuestro dolor y anhelo, un arlequín de sonrisa moderada
que nos entretiene en nuestros momentos de mayor pesar, un espejo esclarecedor
de nuestra propia apariencia, unos segundos de neurosis que nos permiten
apreciar lo verdaderamente bello en nosotros mismos, como también, en el resto
de la humanidad.
Aquello me recuerda una historia contada…por un amigo muy
singular. Este estupendo amigo, siendo algo tartamudo, y un tanto olvidadizo,
llegaba a mí en las noches de insomnio y emoción, para contarme fragmentos, uno
tras otro, que dibujaban todo un escenario de ricura para mis sentidos. Sin
embargo, este buen amigo mío, perjura su historia como una situación real, una
experiencia auténtica de su vida, y cómo me la contaba en partes en aquellas
noches aciagas como un cuervo cabrón que no tenía nada mejor que hacer, él
tendía a proferir su anécdota como una dulce historia de amor. “¡Qué amoroso!”,
diría Sabines; “¡Qué adolorido!”, diría Wilde; “¡Qué anarquista!”, diría Allan
Moore; y “¡Qué fuerte!”, diría Cuauhtémoc Sánchez. Entre silencios místicos, y
uno que otro casi estrangulamiento a mi buen compadre para que me recordara
hasta el más mínimo detalle de su experiencia, decidí juntar los fragmentos
para mostrárselos, y como toda historia legendaria, les pido que atestigüemos
juntos, el origen del viaje…
Era una fría tarde de Octubre, y el sol cubría con su hermosa luz
largas calles ante mí. Recuerdo que una poderosa brisa se paseaba a mi
alrededor, lo que me hacía llevar mi mano constantemente a mis cabellos para
ajusticiarlos cómo era debido. Aprovechaba para acariciar mi rostro, pues me
gustaba el aroma dulce de champú en mis manos, en conjunto con una suavidad
contra mi piel que me hacía sonreír. Por esas fechas, al tener desvelos
constantes, mi horario biológico se había acomodado a un despertar tardío.
Aquel día eran las tres de la tarde, y era un regalo divino despertar,
arreglarse, y salir para respirar un nuevo día. Los hay quienes prefieren salir
hacia un objetivo fijo o pasear sin razón alguna. Decidí que me gusta hacer
ambas cosas, pero ese no era el caso. Una sorpresa se había topado en mi
camino.
En las historias se narran héroes que se encuentran con ninfas,
sirenas, princesas, incluso una que otra bruja privilegiada, pero yo no
esperaba encontrarme de buenas a primeras con una diosa. Claro, si la vida
fuera una historia, si pudiera uno escribirse a voluntad lo que más le
conviene, o sugerir a su creador algunos cambios menores, aquello sería ideal.
Pero aquel encuentro, no fue una historia, ¡sucedió!, en mi vida.
Entre espejismos la diosa me dedicó una tierna sonrisa, y me gustaría
decir que no encontré palabras para describir su belleza, pero tú sabes, amigo
mío, lo obstinado que soy en esos temas, por lo que te hago conocedor de su
aspecto. Poseía una figura divina, siniestra, fantasmal, increíble, como el de
una flor en apogeo o una estatua de marfil bajo la luna en un extenso campo a
media noche. Su cabeza iba adornada de un adorable gorro azul tejido,
presumiblemente hecho por mano propia, y debajo de él denotaba una lúcida
cabellera castaña, brillante como un río o una llamarada solar en conjunto con
estrellas fugaces. Su frente no era tan amplia ni tan pequeña, y denotaba desde
ahí una piel suave a la vista, tan anhelada como la seda. Sus pequeños ojos,
simpáticos, juguetones, traicioneros, llameantes, seductores, me miraban
apenas, de arriba abajo, y desde ese instante me vi esclavo de aquella mirada.
Sus labios, carnosos, sensuales, torcidos en una sonrisa pícara y confiada me envolvían
como un capullo, como una presa a punto de ser devorada. Sus facciones eran
aniñadas, enternecidas, escondiendo bajo dulce piel los deseos intensos de la
carne ajena.
Confieso que experimenté una encrucijada de fantasías la primera vez
que la vi; si los ángeles bailan en la punta de los alfileres y los demonios en
los centros de las estrellas, ¿qué entes se pasean en el filo del pensamiento?,
¿qué extraordinarias visiones para el ser humano se revelan en los terrenos de
la imaginación?, ¿cómo no sentirnos dioses en nuestro propio mundo obscuro?
Su mirada hipnótica me atrajo como un insecto a la cegadora luz,
moviendo mis músculos para encontrarme en el camino que elegí ese día. Cada
paso me permitía apreciar mejor su atuendo; un suéter anaranjado, cuyas largas
mangas daban la impresión de una niña pequeña, y unos pantalones ajustados que
le daban cierta formalidad. Al tenerla frente a mí, fui consciente de los
detalles en su cuello, en sus manos, en el tenue movimiento de sus
respiraciones. Aquello me fascinaba, me enloquecía, su presencia invocaba
emoción, anhelo, deseo. Su aroma llegó hasta mí, degustándolo por varios
segundos, una especie de mezcla, ¿jabón perfumado, quizás? No había manera de
saberlo, ¿qué misterios guarda dicho olor?, ¿cuál es el aroma de su enfado, de
su esfuerzo, de su deseo?, ¿qué hay detrás de los agradables aromas que despide
su ser?
Ante mí, sin mediar palabra, me extendió su mano, y como atraído por
alguna conexión mística e inexplicable, nuestros dedos se rozaron mutuamente en
el espacio entre nosotros, para luego dar la primera probada a su piel besando
la mano que había dirigido hacia mí persona. Su sonrisa me obsequió el vistazo
de una brillante dentadura, afilada para las presas indefensas, ¿cuántas almas
afortunadas tuvieron que verse consumidas ante esas hermosas y letales fauces?
Quería ser uno de ellos.
Se aproximó más hacia mí, conquistando mi espacio, oliendo seguramente
el miedo, el deseo, la jugosa desesperación que me provocaba. Un suspiro
silencioso me delató, lo que provocó una breve risa, tan melodiosa como poesía
sobre la luna.
Como un rito, su pequeña nariz se paseó sobre mi mejilla, moviéndose
para dar paso a los labios que me regalaron un lindo beso. Mi rostro se había vuelto
un océano, y su boca el barco que buscaba tesoros en sus horizontes. Mis manos
no paraban de temblar, dudosas, suplicantes, temiendo hacer algo equivocado,
por lo que permanecieron inmóviles, esclavizadas al placer que sentía. Un beso le
siguió otro y otro, y cómo las gotas delicadas de un fruto prohibido, fui
víctima de su embriaguez, sacudiéndome a dios y al demonio, y de esa forma
nuestras pieles se acariciaron con lentitud, hasta que nuestros labios se
encontraron como los de Adán y Eva a primera vista en el paraíso.
La intimidad, tan suave, tan deliciosa, tan hambrienta de nuevos
placeres. ¿Qué hace la alevosía tan mágica para los devastadores del mundo?,
¿acaso la finura de unos ojos perder su luz equivale a la nota más bella, la
pincelada más fina, las palabras más dulces? Así sentí mi beso con aquella
diosa, como la muerte, recuerdos que vuelven a mí una y otra vez hasta la
locura, la desesperación de verme libre de tales ardores agonizantes bajo mi
piel, una total aniquilación a las fortalezas de mi entendimiento. Aquel beso
fue mi muerte, mi prisión, y fui yo quien le otorgué la única llave.
Su aliento sopló sobre mis labios una y otra vez al finalizar el beso,
enloqueciéndome, hirviendo mi sangre, lo que me invitó a tomarla entre mis
brazos; ella no oponía resistencia alguna, de hecho sonreía con ingenuidad,
como ausente de mi poderío, burlándose en silencio. La besé frenético, esta vez
apoderándome de sus fuertes caderas, a lo que ella aprovechó para aferrarse
grácilmente a mi cuello con sus delicadas manos. Rompí nuestro beso una vez más
para suspirar, haciéndome sentir, segundos después, su lengua pasearse sobre la
comisura de mi boca, y seguirse hasta mis labios, una y otra vez, cómo la
serpiente que invita a su presa a pasar la noche en su nido, y eso me motivó lo
suficiente como para cargarla, llevándomela a otro mundo.
¿A dónde me la llevé?, ¿qué importancia tiene eso, amigo mío?, ¡a la
primer fortaleza que encontrara!, lo cual no me tomó mucho tiempo. Finalmente,
en nuestros aposentos privados, contemplé con ternura cómo la diosa concedía
una mirada interesada hacia los ventanales infinitos de otros universos,
novelas de toda índole, que reflejaban travesías de mil mundos. Mis ansias
hervían ante su calma, de modo que casi ignorando mi presencia, me le acerqué,
y ofreciéndome su espalda, la abracé, besándole el cuello, dejando que mis
manos se pasearan libremente por su busto. Gimió como un felino triunfante, y
cual su juguete, me apartó con sencillos movimientos. Aún a esa distancia adivinaba
su sonrisa dominante. Le pedí un beso, una caricia, aunque fuera una mirada,
pero parecía que una pantalla invisible nos mantenía en realidades diferentes.
Debo decirlo, compadre, que la naturaleza fue muy pícara cuando creó a
la mujer, haciendo de ésta el castigo predilecto del hombre. Tú bien sabes, que
sólo hablo por mí, pero como te refiero esta anécdota a detalle, debo
atribuirle mis más privados pensamientos, para que se comprenda de alguna
forma. Pero si, pícara naturaleza, formando a diosas vivientes, siendo que sin
ellas no podríamos vivir, madres de todo el cosmos, señoritas chulas y
preciosas, caprichudas y enojonas, que con dos o tres besos, y uno que otro
guiñito, nos tienen en el cielo flotando con los pajaritos.
Anhelante, con el deseo a flor de piel, volví a acercarme a sus divinas
curvas, acariciando la forma de sus piernas, besando sus contornos y
horizontes, y llegado a las montañas, es decir sus glúteos, ella se dio
satisfecha al verme tan derrotado. La coquetería regresó a su semblante,
viéndome a sus pies, y tendiéndose en nuestro lecho, me los ofreció para que la
descalzara, dejándome divertirme un buen rato.
Las prendas que nos escondían tocaron el suelo de la habitación cual
ángeles caídos. Centenares de inconfundibles escalofríos de placer me abrazaron
ante la visión milagrosa de su cuerpo primigenio, carente de los telares que
sólo servían para esconder el propósito del goce y la creación. Como un
cachorro de león lanzado al bosque de lo desconocido, me lancé sobre ella explorando
los campos santos del misterio y el placer, depositando besos en mi travesía
como testimonios gloriosos que quedarían en mi memoria hasta el día de mi
muerte. La magia de verme poseído por sus mordidas, por sus gemidos, por sus
sonrisas traviesas al verme domado por la pasión que me infundía su hermosura,
se me antojaban de una fragancia aventurera, al mismo tiempo que la diosa se
divertía al verme suplicar cada vez más por sus favores en medio del acto.
¿Qué te puedo decir, amigo mío? No soy versado en los juegos de la
seducción, pero ni falta que me hizo siendo que ella dadivosa me llevó de la
mano. Me dio a probar sus pies, sus nalgas, sus senos, incluso me torturó con
leves gotas de su fruto prohibido en mi paladar; deseaba unirme a ella con todas
las lágrimas que profesaba mi ser, fungiendo mi desesperación como un
espectáculo a sus ojos al verme suplicar; en los vientos de la incertidumbre,
en la lejanía contemplaba el abismo del mundo, que al dejarme caer, ascendí
hasta los maravillosos cielos.
Aquel acto me sumía en la decadencia del placer, contemplando así la
luz y la obscuridad a cada segundo, cuando salía y volvía a entrar en ella,
cuando me apartaba para su deleite, cuando viéndome sumido en la completa
devoción, me permitía una vez más el paisaje de su manjar, devorando
salvajemente el bosquecillo de su interior, dejando así la semilla en tierras
vírgenes.
¿Te parece que soy demasiado descriptivo ante esos detalles? Sé que el
erotismo de uno puede ser la pornografía del otro, por ello siéntete libre en
frenar mi algarabía al primer instante de asombro mal encaminado. ¿Todo bien?
De acuerdo, entonces prosigo.
Un manto silente nos
cubrió al avistar la cima del universo. De esa forma mis pensares divagaron en
el disfrute de las sensaciones vividas con cada respiración contra mi pecho
cuando la diosa descansaba. Contemplé la luz de la tarde alumbrando la
habitación, acompañado del inconfundible sonido de algunas gotas de lluvia
chocando contra el cristal de la ventana. El cielo lloraba alegre por mí,
colmado de tales bendiciones, provocando que mis ojos despidieran con júbilo
algunas lágrimas también. Así viajé a las fantasías del sueño, topándome con
las hazañas de un niño en compañía de espíritus indomables, observando anhelos
y destellos en el porvenir…Pero cuando volví a despertar, la diosa se había
marchado, al momento en que yo me preguntaba…
¿Qué es el amor?
“¿Qué es el amor?”, volvió a
repetirme justo antes de proseguir su camino, dejándome a mí en acostumbradas
reflexiones sobre el mismo fenómeno. Hace eones, en una época gloriosa de
disgustos y villanías, discerní en un novela titulada “Tú respuesta: ¿qué miras en mí cuando susurro amor?”, y luego de
intensas divagaciones, logré afirmar que el amor es una elección de vivir, pero
más allá de que esa sea sólo una impresión mía, aquella respuesta fue producto
de un capítulo muy específico de mi existir. Un gran poeta como Dante Alighieri
nos ha permitido comprender que este amor puede generar el gran movimiento de
los universos, al igual que un buen John Milton nos narra lo que un amor
desbordado puede hacer. Culturalmente, puedo afirmar, nuestro amor se limita a
banalidades cotidianas, que una vez al haber sido víctima del dolor tan
inherente en el espíritu humano, nos permitimos salir de estigmas, y contemplar
dicho concepto bajo una visión diferente. Nuestro amor, en muchos casos, suele
basarse en el miedo a estar solos, y he ahí el grave problema de nuestra
aceptación, o contemplar el amor más allá de formas convencionales. Una vez
más, una afirmación lanzada a vientos indomables, de la cual nacerán otras mil
respuestas, tratando de negar fervientemente la tesis de la mía. No puede ser
de otro modo, y honestamente espero que así suceda.
Como siempre, nos vemos
limitados por nuestra humana percepción, siendo que el amor, como cualquier
otro concepto ocupado en nuestro lenguaje, es meramente un constructo humano,
cuyas significaciones pueden ser varias, pero la realidad de su esencia aún nos
es desconocida. Pero no significa que debamos ser algún ente divino para poder
apreciarla, como tampoco afirmo que el amor, como realidad en todos sus
niveles, no pueda desencadenar la banalidad, el odio y el sufrimiento. Lo debe
hacer, sin excusas. Y obviamente, el negar su existencia, es tanto como negar
la noción de muchas otras cuestiones, como el de la comunicación en sí. No
visualizo la realidad de tal saber por el hecho de haber realizado una carrera
basada en la misma, y tan afirmo aquello, que no sé decir si soy comunicólogo o
comunicador; prefiero verme como un comunicado a mi mismo, ante las siguientes
palabras. El amor, y la comunicación, obviamente van de la mano, pero
contemplando ambas, por unos segundos, como dos entes individuales, podemos
decir que tienen una similitud muy pícara, porque así como en la comunicación,
donde ocurre el fenómeno de haberse logrado o haberse interrumpido, lo mismo
sucede con el amor: a veces sucede y a veces no sucede. Pero sucede o no
sucede, ¿en cuanto a qué? He ahí otra muy buena pregunta, volviendo
inequívocamente, a estas limitantes mundanas, que nos han poseído a todos
nosotros.
Prefiero salirme de tantas
enmarañadas complicaciones, y afirmar sencillamente que el amor existe en todas
partes, y como nosotros de tercos no sabemos corresponder en varias veces. De
esta forma, ¿qué es el amor? ¡Pues, joder! ¡La vida en sí! Tan real y creciente
como nuestra propia contradicción, de la cual, con las paradojas que hallemos
en nuestra comprensión, nos permitimos saber lo que conforma nuestro espíritu, desde
la soledad hasta la compañía, desde el horror hasta la belleza, desde el odio
hasta el amor, y de la realidad hacia la propia realidad.
A todo esto, ¿qué es la
realidad? ¡A qué mi amigo! Sus enredaderas mentales descritas de una forma tan
bella habrán puesto en duda a más de uno. La pregunta persiste, ¿fue real lo
que nos narró? Pues si se me permite la dicha de poner en bandeja de plata una
de mis tantas hipótesis, quizá demos con una bella respuesta, o al menos, con
la auténtica pregunta.
Si la realidad es madre de la
naturaleza, los descendientes de la misma no tendrían porque no ser reales. De
modo que, si la imaginación es una habilidad que poseemos de nacimiento, lo que
esta genera, ¿es irreal? ¿La realidad como tal puede generar irrealidad?...por
supuesto que puede. Tanto así que la vida genera muerte, a su vez que la
creación genera destrucción, un eterno ciclo en la existencia. Pero si la
propia muerte igual genera vida, y si la destrucción también genera creación,
siguiendo la misma línea, entonces la propia irrealidad puede generar realidad.
Y dicha realidad, ¿se refiere a aquello que podemos percibir a propia
experiencia bajo nuestra sola comprensión?...pues si, ¡qué mejor! Pero así como
la soledad y el amor, de la realidad no se le deben subestimar sus amplias
dimensiones, muchas de ellas aún desconocidas. Seguramente se me dirá que
existen leyes físicas y cuadriculadas que han medido en intensidad y volumen
dicho fenómeno en todos los rincones de la tierra, y yo, con una respetuosa
reverencia, abrazo a todas esas leyes, porque las ciencias, como las artes, y
todos los conocimientos que nos llevan a la sabiduría, no limitan el
descubrimiento y comprensión de lo extraordinario.
La imaginación es un camino de
gran verdad, cuyas infinitas delicias, te hacen partícipe de grandes
revelaciones, como el encuentro de la soledad, el amor y la realidad en la
figura de una venus del silencio, una diosa de marfil suave y viviente, cuyas
sonrisas y guiños te someten a una pasión indescriptible, como también te
liberan a un paisaje de horrores, decires, gemidos y versos bellos, únicos y
reales. Cual romántico, adoro a mi venus del silencio, como una poesía de
muchos rostros a través del viaje de la vida.
Ahora seguramente debería
finalizar este escrito con algo como: “ahora
contemplo destellos del pasado y el porvenir que alumbran mi presente”, “la
diosa de placer y dolor me coge en su seno para renacer”, “desprendido del
ardor de mil fantasías, me dispongo al sendero de los recuerdos y la creación”.
Palabras más, palabras menos, todos los finales posibles se arrejuntan
dejando salir un nuevo viaje. No será la última vez que abra aquel armario de
promesas sin cumplir, pero ahora me permito abrazar los recuerdos con añoranza,
y dejarlos libres como mariposas en el espacio. El amanecer vuelve a pillarme
desprevenido, por lo que decido alistarme para sumergirme una vez más en los
reinos del sueño. Y ante el nuevo despertar, me veré al lado de mi soledad, de
mi amor, de mi realidad, y de la misma imaginación que deseo seguir explorando.
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