LUZ
Había
una vez, un brillante sol.
En
él, existían infinitas flamas que convivían en armonía, disfrutando de la mutua
luz que creaban para vivir. Todas vivían felices, hasta que un día, una pequeña
flama no se encontraba tan contenta, pues no sabía quién era, o qué era lo que
quería. Aquella flama (llamémosle Max), deseaba saberlo, y su curiosidad le
llevó a preguntarle al sol sobre quién era. El enorme sol, tan sabio y enorme,
le dijo que si deseaba saber quién era, debía separarse de él. De esa manera,
la pequeña flama se separó del sol, y se puso a viajar por la obscuridad
infinita que era el universo. Sólo así, aquella flama se percató que brillaba
con una luz propia, intensa, única, pero pequeña en comparación con la enorme
unidad que el sol representaba. La pequeña flama, a pesar de conservar su propia
luz, comenzó a sentirse algo sola, y más cuando tenía la oportunidad de ver el
precioso compañerismo que tenían las otras flamas en el sol. ¿Qué sintió la
pequeña flama en ese instante?, ¿envidia?, ¿locura?, ¿rabia?, o quizá…
¿decepción? No hay manera de saberlo, pero si se sabe, que la pequeña flama dio
media vuelta, iniciando sus viajes por la obscuridad. La soledad, obviamente,
permanecía dentro de sí, incrementándose con el pasar del tiempo, condenándose a
una eterna búsqueda sin final alguno.
Pero
incluso en la obscuridad, encontró la luz.
A
lo lejos, una flama tenue se acercaba, pero su impresión fue enorme al
percatarse que aquel lucero poseía una tonalidad azul. Al toparse, se empezaron
a conocer en una lenta danza giratoria:
“¿Quién
eres?”, preguntó la flama.
“Soy
Dolor”, respondió el lucero.
“¿De
dónde vienes?”
“De
más allá del sol, la luna y las estrellas. De un lugar que no puede
encontrarse, si no es ese su deseo. De un punto que muchos imaginan, pero que
es más real que los corazones mortales. Provengo de la luz que solo encuentras
en las tinieblas”.
“¿Y
hacia dónde te diriges?”.
“No
lo sé. No busco y no soy buscada. Pero siempre me encuentran”.
“¿Y
porqué te fuiste?
“Porque
sentía curiosidad”.
Y así pasaron los momentos juntos, viajando a través de la
obscuridad, conociéndose mutuamente entre palabras y giros en el espacio. En su
travesía, avistaron entre constelaciones más llamaradas nómadas por el
universo, algunas púrpuras y otras naranjas, también las había verdes y rojas,
así como amarillas resplandecientes. La pequeña flama nunca había avistado
tantos colores distintos, que si bien no eran muy luminosos, si eran varios, un
espectáculo digno de verse, tantas conciencias viajando por diferentes caminos,
tantas e infinitas posibilidades.
En esos viajes, descubrió otras galaxias, otros planetas y, por
supuesto, distintos soles. Así conoció las diversas esencias de la vida, supo
de los orígenes de tantos y tantos colores, así como las leyendas de los
asesinos de la luz, llamas negras, corruptas y furiosas nacidas del abismo sin
fondo, la cuna misma del vacío. La pequeña llama pudo presenciar por sí misma a
algunas de esas llamaradas obscuras.
Con
el paso de los años, la pequeña flama empezó a decaer, pues su luz se extinguía
al haber permanecido tanto tiempo alejado de su sol. Su compañera, dispuesta a
ayudarlo, hizo lo que ninguna otra llama de su tipo había hecho antes:
compartir su luz con alguien más. De esa forma, la pequeña llama cayó en un
trance irreversible, donde se vio rodeada de una blancura luminosa.
¿Dónde estoy?
En mi hogar
¿Quién eres?
Soy la paz
¿Por qué estoy aquí?
Tú me buscabas
¿A ti?
Así es, ¿acaso no puedes sentirlo?
Siento…tranquilidad, armonía,
una perdurable calidez…
¿Y qué más?
También…siento dolor,
soledad…una gran tristeza. Pero no comprendo, ¿por qué siento tales cosas en
este lugar?
Porque soy la luz, y la obscuridad. Debes comprender, pequeña flama,
que todo ello nos forma, tanto el dolor como el placer, tanto la tristeza como
la alegría, todo eso nos define. Porque soy la vida, que es tu hogar. Y a su
vez, tú eres el mío.
¿Lo soy?
Tú dímelo…
¿Quién eres?
¿Quién soy?
Aquella pregunta, antaño imposible para él, se presentó a manera de
recuerdos innumerables, mostrándose en las formas de los diversos luceros que
conoció en sus andanzas por la obscuridad. De esa forma, la flama despertó en
medio del vacío, portando una luz tan brillante como la del sol. Así pudo
comprender, que la luz de sus memorias representaba más que los sitios que
visitó, pues eran la esencia de su vida, la razón de sus viajes, y el camino
que deseaba seguir. La flama descubrió, con gran ternura, que él era su propio
hogar. Pues el hogar, más que un sitio, lo conforman las personas que
permanecen a tu lado.
Luego
de un tiempo, aquella flama volvió a su sol, sin miramientos ni terquedades,
observando en silencio al resto de flamas que convivían armoniosamente. De vez
en cuando, se le veía sonreír, contemplando las estrellas, pues éstas ya no le
parecían lejanas…bastaba con mirar en su interior, para que aquella soledad se
desvaneciera, pues ahí lo encontró todo.
Había
encontrado la luz de su vida.
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