martes, 14 de noviembre de 2017

Luz.

LUZ
Había una vez, un brillante sol.

En él, existían infinitas flamas que convivían en armonía, disfrutando de la mutua luz que creaban para vivir. Todas vivían felices, hasta que un día, una pequeña flama no se encontraba tan contenta, pues no sabía quién era, o qué era lo que quería. Aquella flama (llamémosle Max), deseaba saberlo, y su curiosidad le llevó a preguntarle al sol sobre quién era. El enorme sol, tan sabio y enorme, le dijo que si deseaba saber quién era, debía separarse de él. De esa manera, la pequeña flama se separó del sol, y se puso a viajar por la obscuridad infinita que era el universo. Sólo así, aquella flama se percató que brillaba con una luz propia, intensa, única, pero pequeña en comparación con la enorme unidad que el sol representaba. La pequeña flama, a pesar de conservar su propia luz, comenzó a sentirse algo sola, y más cuando tenía la oportunidad de ver el precioso compañerismo que tenían las otras flamas en el sol. ¿Qué sintió la pequeña flama en ese instante?, ¿envidia?, ¿locura?, ¿rabia?, o quizá… ¿decepción? No hay manera de saberlo, pero si se sabe, que la pequeña flama dio media vuelta, iniciando sus viajes por la obscuridad. La soledad, obviamente, permanecía dentro de sí, incrementándose con el pasar del tiempo, condenándose a una eterna búsqueda sin final alguno.

Pero incluso en la obscuridad, encontró la luz.

A lo lejos, una flama tenue se acercaba, pero su impresión fue enorme al percatarse que aquel lucero poseía una tonalidad azul. Al toparse, se empezaron a conocer en una lenta danza giratoria:

“¿Quién eres?”, preguntó la flama.

“Soy Dolor”, respondió el lucero.

“¿De dónde vienes?”

“De más allá del sol, la luna y las estrellas. De un lugar que no puede encontrarse, si no es ese su deseo. De un punto que muchos imaginan, pero que es más real que los corazones mortales. Provengo de la luz que solo encuentras en las tinieblas”.

“¿Y hacia dónde te diriges?”.

“No lo sé. No busco y no soy buscada. Pero siempre me encuentran”.

“¿Y porqué te fuiste?

“Porque sentía curiosidad”.

Y así pasaron los momentos juntos, viajando a través de la obscuridad, conociéndose mutuamente entre palabras y giros en el espacio. En su travesía, avistaron entre constelaciones más llamaradas nómadas por el universo, algunas púrpuras y otras naranjas, también las había verdes y rojas, así como amarillas resplandecientes. La pequeña flama nunca había avistado tantos colores distintos, que si bien no eran muy luminosos, si eran varios, un espectáculo digno de verse, tantas conciencias viajando por diferentes caminos, tantas e infinitas posibilidades.
En esos viajes, descubrió otras galaxias, otros planetas y, por supuesto, distintos soles. Así conoció las diversas esencias de la vida, supo de los orígenes de tantos y tantos colores, así como las leyendas de los asesinos de la luz, llamas negras, corruptas y furiosas nacidas del abismo sin fondo, la cuna misma del vacío. La pequeña llama pudo presenciar por sí misma a algunas de esas llamaradas obscuras.
Con el paso de los años, la pequeña flama empezó a decaer, pues su luz se extinguía al haber permanecido tanto tiempo alejado de su sol. Su compañera, dispuesta a ayudarlo, hizo lo que ninguna otra llama de su tipo había hecho antes: compartir su luz con alguien más. De esa forma, la pequeña llama cayó en un trance irreversible, donde se vio rodeada de una blancura luminosa.


¿Dónde estoy?

En mi hogar

¿Quién eres?

Soy la paz

¿Por qué estoy aquí?

Tú me buscabas

¿A ti?

Así es, ¿acaso no puedes sentirlo?

Siento…tranquilidad, armonía, una perdurable calidez…

¿Y qué más?

También…siento dolor, soledad…una gran tristeza. Pero no comprendo, ¿por qué siento tales cosas en este lugar?

Porque soy la luz, y la obscuridad. Debes comprender, pequeña flama, que todo ello nos forma, tanto el dolor como el placer, tanto la tristeza como la alegría, todo eso nos define. Porque soy la vida, que es tu hogar. Y a su vez, tú eres el mío.

¿Lo soy?

Tú dímelo…

¿Quién eres?

¿Quién soy?

Aquella pregunta, antaño imposible para él, se presentó a manera de recuerdos innumerables, mostrándose en las formas de los diversos luceros que conoció en sus andanzas por la obscuridad. De esa forma, la flama despertó en medio del vacío, portando una luz tan brillante como la del sol. Así pudo comprender, que la luz de sus memorias representaba más que los sitios que visitó, pues eran la esencia de su vida, la razón de sus viajes, y el camino que deseaba seguir. La flama descubrió, con gran ternura, que él era su propio hogar. Pues el hogar, más que un sitio, lo conforman las personas que permanecen a tu lado.
Luego de un tiempo, aquella flama volvió a su sol, sin miramientos ni terquedades, observando en silencio al resto de flamas que convivían armoniosamente. De vez en cuando, se le veía sonreír, contemplando las estrellas, pues éstas ya no le parecían lejanas…bastaba con mirar en su interior, para que aquella soledad se desvaneciera, pues ahí lo encontró todo.

Había encontrado la luz de su vida.

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