La máscara
Existió una máscara, nacida del abismo.
Era única, sublime, e imperturbable.
Era el bien y el mal,
El instante,
Era pues, la madre de todas las máscaras.
Se decía, que aquel que la portara, obtendría el poder de poderes, el
dominio supremo, la fuerza para acabar con civilizaciones, mundos, y la
existencia entera.
Aquella era, la máscara del silencio.
Y permitía acallar la conciencia de las almas.
Ahora, estaba en mis manos.
Mi corazón palpitaba
frenético,
La respiración me faltaba,
Y el éxtasis cercano me hacía temblar.
Los rumores de aquel artefacto despertaban en mí una enfermiza
codicia, pues era la promesa por controlar lo incontrolable.
Una decisión.
Me coloqué la máscara.
. . .
Nada
Silencio, sólo silencio…
Resignación, una extraña tranquilidad.
No había sensación alguna,
Ni siquiera la de la máscara.
Decidí moverme para quitarme aquel artefacto,
Y ahí mis dedos se encontraron con la piel de mi rostro.
Mi corazón estalló en lágrimas.
Terror
Ira
Hambre
Culpa
Soledad
Es inconcebible como incluso en el vacío, las tinieblas pueden aullar
con fervor.
Pero dicho infierno sólo duró un instante.
Me quité la máscara, y la arrojé al suelo.
Yo no existía para esa clase de poder, si se le podía llamar así.
Su portador, debía ser alguien más.
Alguien diferente a mí.
Eso me tranquilizaba.
Inicié mi camino de regreso,
A mi mundo,
A mi hogar.
Pero a casa paso, un temor me invadía.
Pude sentir, con cierto horror, que aquella máscara inerte, me
observaba al alejarme.
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