La declaración de mis recuerdos.
Recuerdo el frío.
Recuerdo las sombras.
Recuerdo el infierno.
Me recibe una habitación luminosa, cálida, extrañamente familiar;
nacen recuerdos de colores tan vivos. Contemplo mi legado, mis ayeres, las posibilidades
que fueron y que nunca podrán ser, las decisiones que hice y que pude haber
hecho, una historia silente con un final aún desconocido.
¿Cuánto tiempo ha pasado? Me aproximo al tiempo mortal, y me doy
cuenta que apenas han transcurrido unos segundos a mi llegada, tan sólo siete
cuenta mi cordura. Mi mirada recorre la habitación, y noto objetos preciados,
lugares vacíos, y una ventana que no muestra ningún sendero. Trato de divisar
aquellas extrañas figuras en las ramas de los árboles, como cuando era niño,
pero éstas me eluden, como si no reconocieran nuestro antiguo juego.
Decido aprovechar las siguientes horas en diversas distracciones,
como leer, contemplar y reflexionar. Pero por alguna razón, me cuesta recordar,
como si mis momentos me eludieran, olvidándose de su antiguo portador,
escapándose inclementes.
“Escribiré”,
es lo único que sale de mis labios, y noto una voz hueca, sin vida, emergiendo
de un silencio inquebrantable a mi alrededor. Mis manos se aproximan a crear,
pero un temblor frío me recorre, un cansancio invasor se apodera de mis
músculos, de mi alma, mis pensamientos. Decido acostarme, y vuelvo la cara de
una hoja en blanco. Pienso dejarlo para después, nadie me obliga, nadie me
impone a hacerlo en ese instante. Cierro mis ojos, y duermo sin soñar unas
cuantas tardes. Los días se vuelven meses, y con exactitud, se vuelven años,
décadas en esa habitación sin nombre, plagada de una luz que no deja de abatir
mis torturados ojos. Las distracciones me envuelven, me susurran, se alimentan
de mi ocio y mi cansancio, alejándome de la creación. Sonrío al sentirme
seguro, tranquilo y sin molestias, completamente solo. Más años pasan, y varios
universos en mi interior se extinguen como luciérnagas moribundas. De pronto,
las inquietudes se unen al silencio, y éste, plaga los siguientes días.
Descansando, recuerdo los principios de una historia, una que quería hacer en
mi juventud, una aventura extraordinaria llena de acción y descubrimiento, pero
aquel arrebato me abandona luego de unos segundos, aun con el saber del tiempo
que se me escapa de entre las manos. Me aproximo nuevamente al tiempo mortal, y
una escabrosa desesperación me sobrecoge.
Siete
segundos.
Sólo
han pasado siete segundos.
Son
siete segundos los que sucedieron a mi llegada.
Sonreí,
sin saber porqué, sin recordar nada, sin sentir nada, pero notaba el pequeño
temblor que se había apoderado de mis manos. Al hacerlo, una gota cae desde lo
alto, y observándola atentamente, me doy cuenta que ha caído de mi rostro.
Estoy llorando; la sensación regresa a mi ser.
Siento el frío.
Siento las sombras.
Siento el infierno.
Si, ese era mi infierno, mi castigo, mi espacio de tortura. Me había
sido arrebatado aquello que me traía bienestar y ahora se utilizaba en contra
mía: mi soledad. Estaba condenado a vagar eternamente por esa habitación sin
nombre, a veces como un niño atrapado por la ilusión, y otras como un cadáver
putrefacto que se reía del tiempo y los recuerdos. Mismos recuerdos, que
lentamente me abandonaban. El poder de crear, de dar vida, de contar
historias…se había esfumado. Ahora solamente estaba yo, un recipiente de culpa,
pues era culpable de algo, más no sabía de qué… ¿por qué estaba en ese lugar?,
¿qué es lo que había hecho?... ¿importaba mencionarlo siquiera? Estaba ahí, en
la habitación sin nombre, mientras mis ojos se cerraban lentamente de toda
realidad. El silencio me ahogaba, invadía mis pensares, alejaba mis recuerdos.
La
culpa, tan tenue, se transformó en miedo, y éste, abrió paso a la ira. Deseaba
salir de ahí, quería escapar, ser libre, volver a sentir el calor en mis manos,
y la juguetona caricia del viento por mi piel. Estaba loco, frenético,
arrojando todo objeto a mi alrededor, mismos que antaño fueron mis compañeros
en tiempos mortales. Pero el ímpetu, el impulso, la voluntad, no importan en el
infierno, son efímeros, triviales frente a las tierras de obscuridad. El valle
de las sombras cumplió su cometido, y una nueva alma se unió al resto de sus
condenados. Permanecí solo, quieto y sin ninguna esperanza, mirando hacia
ningún lugar mientras las lágrimas se secaban por si solas en mi rostro, así me
mantuve por horas, días, meses…años. El tiempo no tiene significado alguno en
ese lugar, avanza tan rápido o tan lento como su voluntad le mande, pues aquí
el tiempo tiene conciencia propia, y su misión es la de hacer pasar a las almas
desafortunadas un sufrimiento lento y tortuoso. Y así hubiera permanecido, de
no ser por una cosa, una sola cosa…
Un
recuerdo.
Así,
mi mente viajó a aquellos días de mi niñez, alguien con esperanzas y sueños,
alguien que deseaba ver sus metas cumplirse, alguien que se atrevía a creer en
algo más grande que sí mismo. De esa forma, una luz iluminó el cuarto. Observé,
con cierta sorpresa, como algo brillaba en una esquina. ¿Qué me hizo moverme?,
¿la curiosidad?, ¿la necesidad?, no sabría decirlo, pero si, me moví hasta el
objeto, el cual era una pequeña hoja. La tomé entre mis manos, y la reconocí.
Aquella
era mi primera historia.
Mi
primera aventura, la de un niño que viajaba a un mundo de infinitas
posibilidades, un mundo de magia y encanto, un mundo de desafíos y seres
increíbles…un mundo, que debía ser salvado. Aquello era mi vida, pero, ¿cómo
puedo ver algo como eso en ese lugar?, ¿será acaso parte de mi sufrir?, ¿alguna
especie de nueva tortura? No lo parecía, pues al leer las primeras y últimas
palabras de aquella gran historia, varios recuerdos llegaron a mi mente.
Al
terminar un camino se empieza otro.
De pronto, más hojas brillaron, las cuales narraban mis primeras
andanzas. De ahí, algunos juguetes, algunas prendas, partes de la habitación, y
uno que otro cómic. Eran destellos de luz, incluso en ese lugar de sombras,
aquella intensidad me alegraba, me hacía recordar quién era, y lo que quería.
No sólo eran aquellas posesiones, sino lo que significaban, los recuerdos que
tenían, pues eso era lo que me conectaba con la eternidad.
Y
si, fueron aquellas luces destellantes, aquellos objetos de mi vida pasada, lo
que me motivaron a terminar este primer escrito. Precisamente, al colocarle el
punto final a mi verborrea, una salida se presentó ante mí. Sin dudar di un
paso a lo desconocido, y mis ojos se abrieron otra vez al mundo.
Me alejé del infierno.
Me alejé de las sombras.
...Pero no del frío.
La
noche me hacía temblar, el dolor en mis músculos me mantenía engarrotado…pero
sonreía, pues estaba vivo y era libre una vez más. Me sentía feliz, pues sabía
quién era y qué quería. Y mientras las estrellas me guiaban por un nuevo
camino, sentí como aquella noche se tornaba con mayor calidez.
Había
regresado a casa.