sábado, 18 de noviembre de 2017

El último capítulo.

Todo principio, tiene un final.

Esa ha sido, por ley, la creencia de mi vida.

“Al terminar un camino se empieza otro”

Sin embargo, esta es la primera vez, que soy capaz de comprender el significado extraordinario de tales palabras.

Ahora veo su porqué, su función, su motivo.

Nunca hubiera imaginado que algo, que en su momento creí tan simple, cobrara tanta importancia en años futuros.

Porque esas palabras, producto de mi primera historia, son algo más que palabras…

Son mi vida.

Mi momento.

Yo mismo.

He llegado al límite de un viaje,

Mi búsqueda ha concluido,

Pues tengo ante mí,
El umbral de las posibilidades.

.  .  .

EL ÚLTIMO CAPÍTULO
La ascensión del sufrimiento.

Una habitación obscura.

Una habitación luminosa.

Y el atardecer.

Desde niño, siempre me sentí fascinado por los atardeceres, debido tanto a su majestuosa sencillez, como a su inherente atmósfera de fantasía. Mi arte, o mi camino en el arte, nació de un atardecer. ¿Existe, acaso, instante más curioso? Aquellos prolongados minutos donde el fulgor es más resplandeciente y las sombras más marcadas. Un momento, donde la luz y la obscuridad, coexisten en total armonía. Es triste notar, como muchos ignoran la suprema magia de ese tiempo, y el fenómeno tan humano del cual somos testigos en tantas ocasiones.

¿Qué significado tiene un atardecer?

Unión.

Instante.

Cambio.

Es el momento único, en el que toda posibilidad se reúne, en una acción.

Un beso,

Una caricia,

Una promesa.

Y dicha acción, viaja, trasciende toda ley de la existencia, abarcando la realidad misma.

Esa es la razón, por la que los momentos duran poco, casi nada.

Un cruel instante y una divina eternidad.

Y tantos atardeceres nos recuerdan, en nuestra mortal condición, como al terminar un camino se empieza otro.

Nos guían, cálidamente, hacia otro momento.

Otras posibilidades.

Lo que hace a la vida seguir y ascender.

Al igual que el sufrimiento.

Porque si bien, este último es infinito, el atardecer…es eterno.

Para mí siempre lo es.

Un sueño, un despertar, y un inescapable recuerdo.

Y ya sea en la luz, o en la obscuridad, todos nosotros somos como aquel atardecer, porque todos realizamos ese singular viaje entre varios mundos. Es por eso que las aventuras nunca terminan, pues siempre hay nuevas historias que contar, nuevos horizontes por explorar, y nuevas posibilidades por alcanzar. Eso es el atardecer, el símbolo del máximo viaje…la gran travesía del ser humano en búsqueda de ser humano.

Pongo fin, entonces, a mis palabras.

Decido terminar este camino, para así, iniciar otro.

Una historia muere para que otra nazca.

Porque si bien, este es el último capítulo, también es el primero.

El primero de una nueva era.

Y el siguiente de una gran travesía.

viernes, 17 de noviembre de 2017

La máscara.

La máscara

Existió una máscara, nacida del abismo.

Era única, sublime, e imperturbable.

Era el bien y el mal,

El instante,

Era pues, la madre de todas las máscaras.

Se decía, que aquel que la portara, obtendría el poder de poderes, el dominio supremo, la fuerza para acabar con civilizaciones, mundos, y la existencia entera.

Aquella era, la máscara del silencio.

Y permitía acallar la conciencia de las almas.

Ahora, estaba en mis manos.

 Mi corazón palpitaba frenético,

La respiración me faltaba,

Y el éxtasis cercano me hacía temblar.

Los rumores de aquel artefacto despertaban en mí una enfermiza codicia, pues era la promesa por controlar lo incontrolable.

Una decisión.

Me coloqué la máscara.

. . .

Nada

Silencio, sólo silencio…

Resignación, una extraña tranquilidad.
No había sensación alguna,

Ni siquiera la de la máscara.

Decidí moverme para quitarme aquel artefacto,

Y ahí mis dedos se encontraron con la piel de mi rostro.

Mi corazón estalló en lágrimas.

Terror

Ira

Hambre

Culpa

Soledad

Es inconcebible como incluso en el vacío, las tinieblas pueden aullar con fervor.

Pero dicho infierno sólo duró un instante.

Me quité la máscara, y la arrojé al suelo.

Yo no existía para esa clase de poder, si se le podía llamar así.

Su portador, debía ser alguien más.

Alguien diferente a mí.

Eso me tranquilizaba.

Inicié mi camino de regreso,

A mi mundo,

A mi hogar.

Pero a casa paso, un temor me invadía.

Pude sentir, con cierto horror, que aquella máscara inerte, me observaba al alejarme.

jueves, 16 de noviembre de 2017

La travesía.

La travesía
Los pilares del mundo.

El atardecer se despedía.

Su luz, tenue y silenciosa, aún besaba con amorosa calidez los destartalados restos de humanidad que me ahogaban con fiereza, y que aún así, me contemplaban con fervoroso interés. Hacía años que no visitaba aquel sitio, mi pueblo natal, mis corredores, mis caminos, aquellos que denominé durante una prolongada época como mi patria sin nombre. Un lugar, donde conocí los pilares del mundo.
Observándolo mejor, cualquier ignorante vería un terreno baldío sin valor ni esperanza, pero ante mí, volaban los recuerdos de experiencias inolvidables, donde fui testigo de las narraciones más fantásticas y desgarradoras que he escuchado en mi vida. Ese era, y seguirá siendo, mi umbral de las historias.
Caminé un rato por el lugar, y a mí llegaron las visiones de viejos conocidos, como el tuerto Ramones y la loca Mireles, así como a la pequeña Judith y al amargado Lucas. Había muchos otros, cuyos nombres se me han desvanecido, pero era lo que contaban la razón de mi presencia en ese lugar. Y debo decir, que me siento extraño. Mucho ha sucedido desde que me aparté de esos senderos, pues ya nada era igual en mi persona, ni física ni mentalmente. Nunca creí que al volver a aquella miseria me percataría de lo mucho que he cambiado. En un primer momento, estás escuchando historias de fantasía, y al siguiente, vives la fantasía para que el resto sea historia.
Cualquiera que me observe, lo sé bien, contemplaría a un hombre acabado, un don nadie, un vagabundo sin expectativas en la vida, un completo fracasado que lo perdió todo con el pasar del tiempo. Nunca imaginarían, que ante ellos, se presenta la figura un verdadero héroe, un protector, un salvador…un guardián. Pero eso, como todo, es historia para un futuro incierto.
En ese instante, lo que importaba no era yo, sino el lugar a mis pies. Pues como buen vagabundo, llegué a conocer a más de un alma perdida en los tortuosos rumbos por la sociedad, aquellos que eran ignorados o sencillamente no queridos, hombres y mujeres que habían sido rechazados por diversas circunstancias. Toda esa inmundicia, todo ese dolor y podredumbre, se reunió en un solo punto, un templo erigido al hambre y la distancia, al cual todas aquellas almas podrían llamar hogar. Nuestra rutina realmente no era diferente a la de cualquier otro individuo, exceptuando que nuestro tiempo de vida era mucho menor, debido a las enfermedades, las adicciones, y una que otra rabieta con las personas equivocadas. Afortunadamente, puedo decirlo, no sufrí ninguna de las antes mencionadas (exceptuando, quizá, uno que otro puñetazo), aunque varios compatriotas, a los cuales tuve el honor de llamarlos amigos, yacen en otros reinos, donde sus existencias son decididas por la verdad impresa en sus almas.
¿Qué hago en ese sitio?, ¿por qué me sentí obligado a regresar? Quizá porque sentía…nostalgia. El mundo parece ser el mismo, pero éste se ha mostrado a mí de formas inimaginables, donde he conocido divinidades y enfrentado abominaciones, donde he vivido la delgada línea entre la vida y la muerte, y donde he sabido que una decisión es el punto central de un universo infinito de posibilidades. Volví para recordarme por qué decido seguir esta travesía, y por quienes he decidido luchar solo en la próxima gran guerra que nos envuelve. Je, es curioso, pero…aquello me recuerda una historia que el renombrado, Jul el demente, solía contarme a mí y al resto de almas perdidas de la tierra.
La historia trataba sobre un hombre, alguien que poseía grandes aspiraciones y un gran corazón dentro del pecho. Al buscar trabajo en la enorme ciudad, conoció a una bella camarera de un restaurante, con quien inició una pequeña relación que duró sorprendentemente algunos años. Conforme el tiempo pasaba, y su posición económica se volvía más estable, la mujer quedó encinta, trayendo al mundo a su primer hijo. De esa forma, con dedicación y esperanza, aquel hombre concretó una hermosa familia con la que vivió un año entero en una lujosa mansión. Pero un día, cuando la familia salió a celebrar su primer aniversario, murieron todos por un accidente automovilístico…
Si, tampoco me esperaba ese desenlace. De hecho, en aquel entonces, no comprendía el chiste de la historia, pero siempre había algo que me ponía mal de la misma. El viejo Jul la contaba a menudo, hasta que falleció una noche por un ataque de tos que no le dejó respirar, pero el recuerdo de su historia me atormentaba sin saberlo, día tras día, hasta que hace poco, comprendí el porqué. Aunque parecía no tener sentido, la historia reflejaba mi propia vida. Aquel anciano, sin saberlo, predicó una de las más grandes verdades de todo el mundo.

La vida es frágil.

A veces, sólo a veces, no importa cuánto luches, no importa cuántas esperanzas tengas, no importa que tan buenas intenciones puedas ofrecer, sencillamente todo puede terminar de un momento a otro, sin aviso, sin razón alguna. Evidentemente, habrá quienes quieran encontrarle forzosamente una razón a sus tragedias, un motivo al sufrimiento, y no creo que tales razones no existan, pero a veces, sólo a veces…las cosas simplemente suceden. La vida, no es que sea injusta o poco agradaba, sino que es sencillamente lo que siempre ha sido…

Historias.

Y éstas pueden tener un final feliz, o un final terrible, ¿quién lo sabe?, ¿quién lo decide? Supongo que sólo podemos decidir avanzar. O decidir hacer algo al respecto. Y es lo que pienso hacer, por ello volví a aquel lugar. Existe algo haya afuera, algo silencioso, invisible, algo que muchos ignoramos, pero que podemos sentir con cada fibra de nuestro ser. Existe lo extraordinario, aunque no todo es luz en el país de las maravillas. También existe el caos, el horror, el vacío. Y como tales, poseen acólitos.

A ellos son a los que debo enfrentarme.

Si, la vida es frágil, y cuando llega el momento, no se puede hacer nada. Pero eso no significa que no pueda intentarlo con todas mis fuerzas. Por eso decido luchar, por esas historias, por compañeros caídos, por demostrar que en este mundo no sólo existe la desesperación. También existe la luz.

Sonriente, avanzo hacia esa obscuridad.

Los recuerdos de mis camaradas me bendicen.

Y dejo que sus historias, tracen mi travesía.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

Despedida.

Despedida
. . . . .
Atardecer
. . . . .

“Y en algún lugar, una solitaria rosa, es el testimonio único del fin”

.
.      .

Tanto que decir, y tan poco tiempo.

Sé que no me conoces,

Y que nunca lo harás.

Pero yo si te conozco,

Pues sé que existes.

Me habría gustado que nuestro primer encuentro se pudiera manejar bajo otras circunstancias, pero supongo que no pudo ser de otra manera.

No por ti,

Sino por mí.

Por temor.

Por apatía.

Por odio.

Y por muchas otras cosas que anidan en mi ser.

Pero como buen buscador, debo aprovechar estos leves instantes para decirte lo único que se me viene a la mente, algo que no cambiará nada en lo absoluto, pero si espero que recuerdes para toda la eternidad.

Lo lamento.

Lo sé, no hay perdón alguno, no por condenarte a estos primeros sentires.

Pero aún así, debía decírtelo, pues es lo único que puedo hacer.

Además de seguir viviendo.

Y eres tu, lucero único, al que dedico esta nueva vida.

Mis viajes, mis búsquedas, y mis momentos,

Son dedicados a ti.

Sé que no es mucho, pero es todo lo que puedo ofrecerte.

Al menos, hasta que nuestros caminos vuelvan a cruzarse.

Así que, por favor, no temas nada.

Pues tu recuerdo, ahora y siempre, vivirá en mí.

.      .
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“Y en algún lugar, una triste alma, sigue su camino por las estrellas”

. . . . .
Anochecer
. . . . .

martes, 14 de noviembre de 2017

Luz.

LUZ
Había una vez, un brillante sol.

En él, existían infinitas flamas que convivían en armonía, disfrutando de la mutua luz que creaban para vivir. Todas vivían felices, hasta que un día, una pequeña flama no se encontraba tan contenta, pues no sabía quién era, o qué era lo que quería. Aquella flama (llamémosle Max), deseaba saberlo, y su curiosidad le llevó a preguntarle al sol sobre quién era. El enorme sol, tan sabio y enorme, le dijo que si deseaba saber quién era, debía separarse de él. De esa manera, la pequeña flama se separó del sol, y se puso a viajar por la obscuridad infinita que era el universo. Sólo así, aquella flama se percató que brillaba con una luz propia, intensa, única, pero pequeña en comparación con la enorme unidad que el sol representaba. La pequeña flama, a pesar de conservar su propia luz, comenzó a sentirse algo sola, y más cuando tenía la oportunidad de ver el precioso compañerismo que tenían las otras flamas en el sol. ¿Qué sintió la pequeña flama en ese instante?, ¿envidia?, ¿locura?, ¿rabia?, o quizá… ¿decepción? No hay manera de saberlo, pero si se sabe, que la pequeña flama dio media vuelta, iniciando sus viajes por la obscuridad. La soledad, obviamente, permanecía dentro de sí, incrementándose con el pasar del tiempo, condenándose a una eterna búsqueda sin final alguno.

Pero incluso en la obscuridad, encontró la luz.

A lo lejos, una flama tenue se acercaba, pero su impresión fue enorme al percatarse que aquel lucero poseía una tonalidad azul. Al toparse, se empezaron a conocer en una lenta danza giratoria:

“¿Quién eres?”, preguntó la flama.

“Soy Dolor”, respondió el lucero.

“¿De dónde vienes?”

“De más allá del sol, la luna y las estrellas. De un lugar que no puede encontrarse, si no es ese su deseo. De un punto que muchos imaginan, pero que es más real que los corazones mortales. Provengo de la luz que solo encuentras en las tinieblas”.

“¿Y hacia dónde te diriges?”.

“No lo sé. No busco y no soy buscada. Pero siempre me encuentran”.

“¿Y porqué te fuiste?

“Porque sentía curiosidad”.

Y así pasaron los momentos juntos, viajando a través de la obscuridad, conociéndose mutuamente entre palabras y giros en el espacio. En su travesía, avistaron entre constelaciones más llamaradas nómadas por el universo, algunas púrpuras y otras naranjas, también las había verdes y rojas, así como amarillas resplandecientes. La pequeña flama nunca había avistado tantos colores distintos, que si bien no eran muy luminosos, si eran varios, un espectáculo digno de verse, tantas conciencias viajando por diferentes caminos, tantas e infinitas posibilidades.
En esos viajes, descubrió otras galaxias, otros planetas y, por supuesto, distintos soles. Así conoció las diversas esencias de la vida, supo de los orígenes de tantos y tantos colores, así como las leyendas de los asesinos de la luz, llamas negras, corruptas y furiosas nacidas del abismo sin fondo, la cuna misma del vacío. La pequeña llama pudo presenciar por sí misma a algunas de esas llamaradas obscuras.
Con el paso de los años, la pequeña flama empezó a decaer, pues su luz se extinguía al haber permanecido tanto tiempo alejado de su sol. Su compañera, dispuesta a ayudarlo, hizo lo que ninguna otra llama de su tipo había hecho antes: compartir su luz con alguien más. De esa forma, la pequeña llama cayó en un trance irreversible, donde se vio rodeada de una blancura luminosa.


¿Dónde estoy?

En mi hogar

¿Quién eres?

Soy la paz

¿Por qué estoy aquí?

Tú me buscabas

¿A ti?

Así es, ¿acaso no puedes sentirlo?

Siento…tranquilidad, armonía, una perdurable calidez…

¿Y qué más?

También…siento dolor, soledad…una gran tristeza. Pero no comprendo, ¿por qué siento tales cosas en este lugar?

Porque soy la luz, y la obscuridad. Debes comprender, pequeña flama, que todo ello nos forma, tanto el dolor como el placer, tanto la tristeza como la alegría, todo eso nos define. Porque soy la vida, que es tu hogar. Y a su vez, tú eres el mío.

¿Lo soy?

Tú dímelo…

¿Quién eres?

¿Quién soy?

Aquella pregunta, antaño imposible para él, se presentó a manera de recuerdos innumerables, mostrándose en las formas de los diversos luceros que conoció en sus andanzas por la obscuridad. De esa forma, la flama despertó en medio del vacío, portando una luz tan brillante como la del sol. Así pudo comprender, que la luz de sus memorias representaba más que los sitios que visitó, pues eran la esencia de su vida, la razón de sus viajes, y el camino que deseaba seguir. La flama descubrió, con gran ternura, que él era su propio hogar. Pues el hogar, más que un sitio, lo conforman las personas que permanecen a tu lado.
Luego de un tiempo, aquella flama volvió a su sol, sin miramientos ni terquedades, observando en silencio al resto de flamas que convivían armoniosamente. De vez en cuando, se le veía sonreír, contemplando las estrellas, pues éstas ya no le parecían lejanas…bastaba con mirar en su interior, para que aquella soledad se desvaneciera, pues ahí lo encontró todo.

Había encontrado la luz de su vida.

lunes, 13 de noviembre de 2017

Realidades.

Realidades
La declaración de mis recuerdos.

Recuerdo el frío.

Recuerdo las sombras.

Recuerdo el infierno.

Me recibe una habitación luminosa, cálida, extrañamente familiar; nacen recuerdos de colores tan vivos. Contemplo mi legado, mis ayeres, las posibilidades que fueron y que nunca podrán ser, las decisiones que hice y que pude haber hecho, una historia silente con un final aún desconocido.
¿Cuánto tiempo ha pasado? Me aproximo al tiempo mortal, y me doy cuenta que apenas han transcurrido unos segundos a mi llegada, tan sólo siete cuenta mi cordura. Mi mirada recorre la habitación, y noto objetos preciados, lugares vacíos, y una ventana que no muestra ningún sendero. Trato de divisar aquellas extrañas figuras en las ramas de los árboles, como cuando era niño, pero éstas me eluden, como si no reconocieran nuestro antiguo juego.
Decido aprovechar las siguientes horas en diversas distracciones, como leer, contemplar y reflexionar. Pero por alguna razón, me cuesta recordar, como si mis momentos me eludieran, olvidándose de su antiguo portador, escapándose inclementes.
“Escribiré”, es lo único que sale de mis labios, y noto una voz hueca, sin vida, emergiendo de un silencio inquebrantable a mi alrededor. Mis manos se aproximan a crear, pero un temblor frío me recorre, un cansancio invasor se apodera de mis músculos, de mi alma, mis pensamientos. Decido acostarme, y vuelvo la cara de una hoja en blanco. Pienso dejarlo para después, nadie me obliga, nadie me impone a hacerlo en ese instante. Cierro mis ojos, y duermo sin soñar unas cuantas tardes. Los días se vuelven meses, y con exactitud, se vuelven años, décadas en esa habitación sin nombre, plagada de una luz que no deja de abatir mis torturados ojos. Las distracciones me envuelven, me susurran, se alimentan de mi ocio y mi cansancio, alejándome de la creación. Sonrío al sentirme seguro, tranquilo y sin molestias, completamente solo. Más años pasan, y varios universos en mi interior se extinguen como luciérnagas moribundas. De pronto, las inquietudes se unen al silencio, y éste, plaga los siguientes días. Descansando, recuerdo los principios de una historia, una que quería hacer en mi juventud, una aventura extraordinaria llena de acción y descubrimiento, pero aquel arrebato me abandona luego de unos segundos, aun con el saber del tiempo que se me escapa de entre las manos. Me aproximo nuevamente al tiempo mortal, y una escabrosa desesperación me sobrecoge.

Siete segundos.

Sólo han pasado siete segundos.

Son siete segundos los que sucedieron a mi llegada.

Sonreí, sin saber porqué, sin recordar nada, sin sentir nada, pero notaba el pequeño temblor que se había apoderado de mis manos. Al hacerlo, una gota cae desde lo alto, y observándola atentamente, me doy cuenta que ha caído de mi rostro. Estoy llorando; la sensación regresa a mi ser.

Siento el frío.

Siento las sombras.

Siento el infierno.

Si, ese era mi infierno, mi castigo, mi espacio de tortura. Me había sido arrebatado aquello que me traía bienestar y ahora se utilizaba en contra mía: mi soledad. Estaba condenado a vagar eternamente por esa habitación sin nombre, a veces como un niño atrapado por la ilusión, y otras como un cadáver putrefacto que se reía del tiempo y los recuerdos. Mismos recuerdos, que lentamente me abandonaban. El poder de crear, de dar vida, de contar historias…se había esfumado. Ahora solamente estaba yo, un recipiente de culpa, pues era culpable de algo, más no sabía de qué… ¿por qué estaba en ese lugar?, ¿qué es lo que había hecho?... ¿importaba mencionarlo siquiera? Estaba ahí, en la habitación sin nombre, mientras mis ojos se cerraban lentamente de toda realidad. El silencio me ahogaba, invadía mis pensares, alejaba mis recuerdos.
La culpa, tan tenue, se transformó en miedo, y éste, abrió paso a la ira. Deseaba salir de ahí, quería escapar, ser libre, volver a sentir el calor en mis manos, y la juguetona caricia del viento por mi piel. Estaba loco, frenético, arrojando todo objeto a mi alrededor, mismos que antaño fueron mis compañeros en tiempos mortales. Pero el ímpetu, el impulso, la voluntad, no importan en el infierno, son efímeros, triviales frente a las tierras de obscuridad. El valle de las sombras cumplió su cometido, y una nueva alma se unió al resto de sus condenados. Permanecí solo, quieto y sin ninguna esperanza, mirando hacia ningún lugar mientras las lágrimas se secaban por si solas en mi rostro, así me mantuve por horas, días, meses…años. El tiempo no tiene significado alguno en ese lugar, avanza tan rápido o tan lento como su voluntad le mande, pues aquí el tiempo tiene conciencia propia, y su misión es la de hacer pasar a las almas desafortunadas un sufrimiento lento y tortuoso. Y así hubiera permanecido, de no ser por una cosa, una sola cosa…

Un recuerdo.

Así, mi mente viajó a aquellos días de mi niñez, alguien con esperanzas y sueños, alguien que deseaba ver sus metas cumplirse, alguien que se atrevía a creer en algo más grande que sí mismo. De esa forma, una luz iluminó el cuarto. Observé, con cierta sorpresa, como algo brillaba en una esquina. ¿Qué me hizo moverme?, ¿la curiosidad?, ¿la necesidad?, no sabría decirlo, pero si, me moví hasta el objeto, el cual era una pequeña hoja. La tomé entre mis manos, y la reconocí.

Aquella era mi primera historia.

Mi primera aventura, la de un niño que viajaba a un mundo de infinitas posibilidades, un mundo de magia y encanto, un mundo de desafíos y seres increíbles…un mundo, que debía ser salvado. Aquello era mi vida, pero, ¿cómo puedo ver algo como eso en ese lugar?, ¿será acaso parte de mi sufrir?, ¿alguna especie de nueva tortura? No lo parecía, pues al leer las primeras y últimas palabras de aquella gran historia, varios recuerdos llegaron a mi mente.

Al terminar un camino se empieza otro.

De pronto, más hojas brillaron, las cuales narraban mis primeras andanzas. De ahí, algunos juguetes, algunas prendas, partes de la habitación, y uno que otro cómic. Eran destellos de luz, incluso en ese lugar de sombras, aquella intensidad me alegraba, me hacía recordar quién era, y lo que quería. No sólo eran aquellas posesiones, sino lo que significaban, los recuerdos que tenían, pues eso era lo que me conectaba con la eternidad.
Y si, fueron aquellas luces destellantes, aquellos objetos de mi vida pasada, lo que me motivaron a terminar este primer escrito. Precisamente, al colocarle el punto final a mi verborrea, una salida se presentó ante mí. Sin dudar di un paso a lo desconocido, y mis ojos se abrieron otra vez al mundo.

Me alejé del infierno.

Me alejé de las sombras.

...Pero no del frío.

La noche me hacía temblar, el dolor en mis músculos me mantenía engarrotado…pero sonreía, pues estaba vivo y era libre una vez más. Me sentía feliz, pues sabía quién era y qué quería. Y mientras las estrellas me guiaban por un nuevo camino, sentí como aquella noche se tornaba con mayor calidez.

Había regresado a casa.