viernes, 17 de febrero de 2017

Canción de una ventisca inesperada.

LA ERA DE LAS POSIBILIDADES
Presenta:

Canción de una ventisca inesperada

Por
Maximilian de Zalce.

Primer universo de la Unión – Káyus.
03 de Febrero del 2036 E.Av.
Frontera bélica.

Momentos.

Es inevitable afrontarlos, conforman nuestro espíritu. Una larga vida de batallas te hace valorar los pequeños instantes, aquellos que tuviste al lado de tu familia, compañeros, amores…aunque ninguno es mi caso. Valoro los momentos porque en este trabajo, en medio de una pelea, podría ser el último de tu vida. Todo se reduce apenas a unos pequeños segundos, y las visiones revolotean por tus entrañas. Cuando se dice que tu vida pasa frente a tus ojos, no es más que un intento de tu inconsciente, de tu alma, o de ti mismo, por aferrarte a aquello con todas tus fuerzas, porque en este trabajo los recuerdos son el único tesoro que llevas contigo. Sin embargo, nunca creí verme en esa situación…

Abrí los ojos.

Me encontré descendiendo descontroladamente hacia una ciudad desconocida, mientras el viento chocaba con salvajismo contra mi cara. Me dolían los hombros, y mi vista era borrosa. Entre las nubes que me rodeaban divisé varios puntos negros dirigiéndose a mi, seguramente el enemigo, para rematarme con el golpe final. Aunque no les daría el gusto nunca. Con rápido movimiento aclaré mi vista, calculando con precisión la distancia del impacto: sesenta metros. La ciudad se mostraba ante mí desde las alturas totalmente devastada, consecuencia del reciente conflicto, de modo que tomé mi decisión. Treinta metros. Giré en el aire, y contemplé cómo los soldados aéreos se dirigían a mí apuntando sus armas. Quince metros. Una vez que me vi envuelta entre los edificios, acumulé mis últimas fuerzas para lanzarles una de mis mejores técnicas: La explosión solar. Tal como su nombre lo dice, expulsé una gran cantidad de energía hacia mis enemigos, atacándoles de todos los ángulos; apenas pude notar cómo los soldados que me rodeaban caían carbonizados por mi poder. El mismo impacto me elevó unos segundos, mientras varios edificios caían debido a la explosión que generaba mi cuerpo, dándome el tiempo suficiente para volver a girar y caer de pie en medio de las ruinas. No había supervivientes: la jinete del sol Zared había vuelto a triunfar.
Moví un poco mi cuello para aliviarme un poco de la presión. Me seguían doliendo los hombros, pero me sentía satisfecha. Observé el horizonte por unos momentos antes de lanzarme a la carrera en una única dirección; a mi paso noté incontables cadáveres de soldados separatistas yaciendo en la fría tierra, pero no sentí la más mínima compasión por ninguno. Después de todo, ellos nos atacaron. Pero aún así seguía sin comprender el motivo, siendo que sólo estábamos ahí para ayudar, de hecho no creí que tendríamos que intervenir de esta forma, pero no íbamos a retroceder.
Sin problemas logré llegar al centro de la lucha, pero mis camaradas ya se habían encargado del armamento opositor con gran facilidad. Caminé serena hasta posarme en una de las rocas, donde saqué un cigarrillo llevándomelo a los labios, pero luego de expulsar la primera bocanada de humo escuché el sonido de un arma apuntándome a la cabeza. Joder, había sido emboscada. O eso es lo que creían. El soldado que estaba dispuesto a finalizar con mi vida no terminó la frase debido a que su cabeza fue separada de su cuerpo con una facilidad aterradora, a causa de un tentáculo negro que emergió de la misma tierra a sus espaldas. En segundos más tentáculos aparecieron, eliminando al resto de soldados a mi alrededor. Me moví debido a que no quería ensuciar mi uniforme, y bien le hice saber al autor de dicha técnica que si eso ocurría lo haría sufrir. Pero como siempre, él no me dijo nada. No muy lejos de mí, se encontraba Nyerl, de rodillas con el puño hundido en la tierra firme; una vez que mató a todos, los tentáculos se sumergieron nuevamente, haciendo que él pudiera incorporarse, portando su elegante uniforme el cual contrastaba con los numerosos vendajes que cubrían su rostro como algún tipo de máscara siniestra, con excepción de uno de sus ojos el cual era de un negro profundo. Él era el segundo al mando de nuestra operación, Nyerl, destructor de Marte.
Una explosión me hizo olvidarme de aquel sujeto, y en la lejanía de la destrucción, contemplé dos figuras que luchaban ferozmente en medio del aire. Tuve la certeza de que los separatistas habían sacado su mejor arma, pero poco les serviría para el líder de esta operación.
La batalla duró poco, siendo que el enemigo final cayó cerca de nosotros completamente lastimado. A simple vista era un súper-hombre, con las capacidades normales de vuelo, invulnerabilidad, fuerza, pero aquello no era nada impresionante para nosotros. Con extrema rapidez, la cabeza del enemigo cayó por los suelos, gracias al poderoso golpe que le propinó nuestro líder, el hombre más fuerte que he conocido: el Capitán Kandar, ángel celeste. Más allá de los rangos asignados por la Unión, más allá de las diferencias, siempre nos hemos visto juntos en varias misiones hasta el momento a lo largo de estos seis años de luchas, y por ello, nos conocen como La trinidad errante.
Una vez que el conflicto llegó a su fin, nos reagrupamos con el resto de soldados en nuestro pelotón, aunque al intervenir las bajas fueron mínimas. El verdadero logro fue ver que los concejales estuvieran en perfectas condiciones, de esa forma la ceremonia se celebraría en otro momento. A mí me seguían doliendo los hombros.
Sin más me aparté de los diplomáticos yéndome a una zona para descansar. Mis manos se volvieron nuevamente a mis hombros que me estaban martillando terriblemente; claro, recibir cientos de disparos y caer en picada no es cualquier cosa. Estaba a punto de resignarme al dolor durante un rato cuando unas manos cálidas se posaron sobre mi, masajeándome con una delicadeza tan deliciosa. ¿Cómo era posible que las mismas manos que han aniquilado a tantos oponentes fueran tan suaves? Dejé que sus caricias me inundaran, y el dolor disminuyó enormemente:

—¿Te siguen doliendo? —me dijo Kandar con tranquilidad.
—Un poquito…

Mentí obviamente, sólo para evitar que alejara sus manos de mi. Nunca imaginé que su tacto me haría tanta falta en estos días, aunque jamás lo admitiría de frente, no en ese instante al menos, aunque tratara de ocultar el miserable sonrojo que me provocaba aquel miserable asesino. Dejé caer mi cabeza para atrás, mirándole directamente, aquellos ojos tan finos, tan quietos, los cuales daban miedo a muchos, pero a mí me encantaban. ¿Qué cosas no habrá visto con esos ojos al convertirse en soldado celeste? Ser uno de los diez guerreros más fuertes de cinco universos tiene sus desventajas.
Luego de un rato se sentó junto a mí, a lo que dejé caer mi cabeza en su hombro, aunque él siempre se mantenía tranquilo conmigo cuando le hacía esos gestos. Algunos soldados se impresionaban al verme tratar al capitán con tanta familiaridad. “Que se jodan”, pensé, al fin de cuentas nos conocíamos desde mucho antes. Nunca imaginé verme atraída por un tipo como él, como tampoco imaginé que él llegara a ser alguien tan fuerte, tan frío, pero en el fondo tan dulce y sabio. He aprendido a hacerle conversación luego de las batallas:

—¿Sabes? La vida es muy bonita.
—La vida es muchas cosas.
—Cierto. Y luego de tantas batallas tal vez no seamos los más indicados para decirlo…pero para mí es muy bella.
—¿Por qué?
—Porque me conociste a mí, tonto.
—Entonces no es gran cosa.
—¡¿Qué dices, estúpido?! —estallé preparando algunas llamaradas en mi mano.
—Je, je. Tan sólo bromeaba —dijo sonriéndome con tranquilidad.

Aquello me desconcertó un poco. Es decir, sabía que ni con todas mis llamaradas solares podría dañarlo, y sólo estallé por gracia…pero verlo sonreír era otra cosa. No me gustaba que me mirase como si fuera una niña ingenua y él un adulto que lo sabía todo, pero a veces no podía evitarlo. Sin importar nuestras charlas de antaño, la realidad era que aún no lo conocía bien. De pronto sentí uno de sus dedos recorrer una de mis mejillas, a lo que volví a sentir la cara caliente:

—¿Te pasó algo? —preguntó con sencillez.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Te quedaste callada…y te sonrojaste.
—¡No estoy sonrojada!
—Lo estás.
—Es…el calor —dije dudosa.
—Estamos a muy pocos grados.
—¡Me refiero a mi calor personal!
—Supongo que tienes razón. Eres una caliente.
—¿Qué estás diciendo de mí, tarado arrogante? —pregunté golpeándole en el hombro.
—Sólo bromeaba.
—Tal vez debiste ser comediante en lugar de capitán.
—Tal vez…pero entonces no te hubiera conocido.

Volví a sentir calor en mi rostro. Nunca esperé ese tipo de palabras de su parte, de hecho, mucho menos una conversación tan prolongada. Definitivamente había algo distinto en él. Nos quedamos en silencio durante mucho rato luego de esas últimas palabras, pero yo seguía dándole vueltas a sus últimas palabras: “pero entonces no te hubiera conocido”. ¿Eso significa que él…?

—Anoche tuve un sueño —comenzó Kandar, sorprendiéndome—. Fue algo extraño, de hecho aún no le encuentro una interpretación satisfactoria, tal vez tú puedas ayudarme.
—Vale, cuéntame.
—El sueño iba más o menos así…

Se trataba de alguien más, pero en el fondo, sabía que se trataba de mí. Todo comenzaba con un chico, que vivía en un mundo extraño, lleno de simplicidades y placeres efímeros, amistades que desaparecían con el tiempo y sueños que nunca llegaron a cumplirse.
Por eso mismo, el joven buscaba, entre la inmundicia de aquella perpetua humanidad, algo que fuera sustento a su cordura, a sus anhelos y sueños perdidos. Y un día entre las calles, lo encontró. Una muchacha, bella como la noche, cabello obscuro y piel morena, le miró como nadie antes le había mirado, con un amor y una esperanza tan sublimes. Él le preguntó su nombre, pero ella nunca respondió, alejándose entre las personas.
Tiempo después aquel muchacho recibió una invitación, una cordial bienvenida a un supuesto grupo de brujos y hechiceros de magia blanca, y por extravagante que pudiera parecer, aceptó sin dudarlo. Fue entonces que volvió a verla, la misma joven, los mismos ojos y la misma figura nocturna de dadivosa presencia. Se llamaba Ventisca, y le dijeron que ella lo había escogido. Al parecer, dicho grupo se encargaba de hacer limpias para familias cuyos seres queridos acababan de fallecer…

—¿Recuerdas algo así con tanto detalle? Seguro te lo estás inventando…
—Te aseguro que no es así —me dijo Kandar seriamente—. Pero lo más interesante viene a continuación…

Ventisca, la muchacha de aquel culto, era muda, por lo que sólo podía comunicarse por medio de señas. Aún así, era extremadamente dedicada a su labor, y muy amable con las personas que perdieron a sus seres amados. Hasta ese momento del sueño, el muchacho se pregunta, “¿y qué puedo hacer yo por ustedes?”. Es entonces que la escena cambia, donde en una pequeña capilla velaban a un difunto, y por alguna razón, se le dio la oportunidad al grupo de hechiceros que dijeran unas palabras con respecto al recién fallecido. Y como era de preverse, le encomendaron al chico tal misión, aunque él no se le ocurría nada. Para evitar preocupación, le dieron un papel donde venía un pequeño discurso preparado por el líder de la secta, el cual diría a los presentes. Sin más se lanzó, iniciando un lamento tradicional por la pérdida de aquella vida, y palabras de aliento a sus familiares, pero cuando el discurso comenzaba a lanzar detalles de cómo murió, el muchacho tuvo una duda al leer la principal causa.

—¿Y cuál era la causa? —pregunté con interés.
—“Telequinesis” —pronunció, dejándome desorientada—. Si, de alguna forma, también fue mi sentir en ese momento. Incluso dentro del sueño.

El joven se silenció, mirando a los presentes, preguntándose a sí mismo si continuar o dejarlo ahí. Entonces observó a Ventisca, quien le sonreía con afecto y admiración, impulsándole a actuar. Dejó el papel y continuó las palabras por sí mismo, ¿qué fue lo que dijo? Lo desconozco, pero si sé que dejó asombrado a todos los que lo oyeron en aquella pequeña capilla. Me gusta pensar que aquello sólo fue una pequeña prueba, porque a continuación, todo cambia a un extenso pastizal, donde están el chico y Ventisca dándose un apasionado beso bajo un cielo nublado.

—Un final feliz…aunque no sabría decirte si fue una prueba o no lo del discurso.
—Supongo, pero no es eso lo que me inquieta, sino lo que sucedió a continuación.
—¿Aún no termina?, ¿qué pasó entonces?
—Fue lo más extraño de todo el sueño…

Ellos separaban sus labios cuando una figura obscura aparecía en el horizonte. No se le veía el rostro, pero daba la impresión de que era alguien. Ventisca empezó a sentir mucho temor, incluso se le caían las lágrimas ante la presencia obscura que nos invadía en aquel entonces. El joven se interponía entre aquel ser y ella, pero en ese momento Ventisca le sonrió tristemente. Lo siguiente que supe es que ella acompañaba aquella sombra humanoide, y el muchacho corría tratando de impedir lo inevitable.

—… ¿Y entonces?
—Eso fue todo. Ahí acabó mi sueño —me dijo Kandar con tranquilidad—. ¿Qué piensas tú?

Lo que más me ponía nerviosa no era sólo que se dirigiera a mí sin rangos ni posiciones, sino que me contara algo tan privado como lo era aquel sueño. Volví a sentir mi cara caliente, pero me puse a meditar un poco sobre todo lo que había escuchado hasta ese instante:

—Realmente no sé qué decirte… —dije con sinceridad—. No soy alguien que sepa interpretar sueños. Aunque si lo recuerdas con tanto detalle no puede ser cualquier cosa. Tal vez…
—¿Si?
—Tenga que ver con alguien o algo que perdiste hace mucho tiempo. Quizás eso aún te preocupa.
—Es posible —me dijo—. Durante años los sueños han sido un enigma para muchos investigadores, no sólo en este, sino en varios universos. Tienen un potencial fantástico, pero aún impredecible, de poder conocer los misterios en nuestro interior. Igual pensé en lo que tú dijiste, pero nada de mi pasado se asemeja a mi sueño.
—Oh, entiendo…

Me jodía el no poder ayudarlo más. Es decir, tampoco es como si él actuara preocupado, porque aunque lo recordara a detalle, seguía siendo un sueño. Y la verdad era imposible descifrar qué significaba si apenas conocía a Kandar de algunos años; no sabía su historia, su infancia, sus familiares. Y tampoco es que me interese mucho, no deseo presionarlo en nada, ¡es mi superior por todos los dioses! Todos teníamos nuestro nivel de poder, los diez rangos planetarios cuando la Unión se formó, los protectores de la alianza con sus respectivos líderes. El décimo honor eran los Ángeles Celestes, los diez más fuertes de todos, y Kandar era uno de ellos, debido a su poder demencial. A veces me pregunto, ¿por qué alguien como él pierde el tiempo con alguien como yo?

—¿Recuerdas la primera vez que nos conocimos?

Lo miré desconcertada, aunque él sólo veía los amplios cielos sobre nosotros. ¿Qué puedo decir? Este hombre es impredecible:

—Claro, apenas me habían asignado a los Jinetes del sol cuando…
—No —dijo secamente—. Hablo de la primera vez que nos conocimos. La primera…

Me miró sin mover el rostro hacia mí, pero aún con ello sentí intensidad en aquellos hermosos ojos. ¿Cómo iba a olvidarlo? Pues resulta que él y yo nos habíamos conocido años antes de la Unión, muchos años antes sin saberlo. No me gusta rememorar esa parte de mi vida, donde todo lo que me importaba era la escuela, peinados, popularidad y salir de compras. La llamo “mi auténtica época de estupidez”. Cómo llegan a cambiar las cosas…

—Yo lo recuerdo —dijo Kandar—. Jamás olvidaré aquella noche. Ocho de Septiembre del 2009 en el Universo tres, mucho antes de la unión. Reunión de ex-alumnos de la secundaria Kexyl…
—…
—Lo siento, si no quieres tocar el tema…
—No, no quiero —dije tajante.
—Está bien, Zared.
—Sé que me la juego, pero debo preguntar… ¿sucede algo malo? Nunca habías actuado así conmigo, tan…
—¿Cercano?
—Si
—Pues supongo que no puedo ocultar mi inquietud, no contigo. Resulta que hay algo que debo decirte.
—¡Pues dímelo! —apresuré, aunque estaba algo nerviosa.
—Es sobre el sueño. Hay algo que no mencioné.
—Pero dijiste…
—No lo dije antes porque precisamente involucra nuestro primer encuentro.
—¿Qué demonios tiene que ver una cosa con la otra?
—…En el momento de que aquella figura obscura se lleva a Ventisca, escucho una canción…
—¿Una canción?

La pregunta salió exasperada de mí en un primero momento, pero entonces contemplé su rostro, aquella mirada, la misma que me había dedicado aquella lejana noche, el mismo gesto frío pero esos ojos llenos de ternura. Comprendí a qué se refería:

—Una canción… ¿la canción de aquella noche?
—Así es.
—Pero no entiendo nada.
—Yo tampoco, sólo puedo suponer. Como dije antes, los sueños son un enigma, ¿ventanas hacia otra realidad?, ¿espejismos de nuestro interior? Ni idea. Por eso me hizo gracia que dijeras que se refería a algo de mi pasado, porque entonces pensé algo distinto.
—¿Qué cosa, Kandar? —pregunté, olvidando formalidades.
—Que si obviamos la conexión que tiene el sueño con nuestro pasado, ¿qué tal si se refiere al futuro?
—¿Al futuro? Sigo sin entender…
—Tal vez sólo se trate de un sueño, pero entonces la historia que me mostraba sólo refleja mi preocupación.
—¿Preocupación? ¿Qué preocupación?

Dejó de mirarme, y se puso de pie. Su movimiento fue tan abrupto que me dejó desconcertada, pero yo ya no era la niña mimada de aquel entonces, por lo que tomé uno de sus brazos deteniéndolo:

—¿A qué te refieres, Kandar? —se mantuvo en silencio—. ¡Respóndeme, demonios!, ¿preocupado por qué?

Su movimiento fue tan grácil y tan rápido que apenas fui consciente de ello. Desde aquella noche, tuve la certeza de que Kandar era distinto a los demás, siempre con un promedio regular y pasando desapercibido, pero sus ojos siempre puestos en algo que para el resto permanecía inexistente, cómo si el pudiera contemplar un mundo más grande. Si, aquella noche toqué una canción, con mucha tristeza, porque de alguna forma, yo quería que esos mundos los compartiera conmigo. Por ello sentí una increíble paz cuando él me abrazó:

—Por ti, Zared. Soñé eso porque me preocupas.
—¿Te…preocupo? Pero, ¿por qué?
—Pues…no lo sé —me dijo dudoso—. Pero por alguna razón, temo que algo te pueda pasar.
—¿A mí? Kandar, tú me subestimas —dije con algo de gracia.
—Ni pensarlo, Zared —me dijo, aún con sus brazos firmes sobre mi cuerpo—. ¿Quieres…que te suelte?
—Cállate, idiota —le dije, abrazándolo con fuerza—. Sólo cállate…

Momentos.

Es inevitable afrontarlos, conforman nuestro espíritu. Valoro los momentos porque en este trabajo, en medio de una pelea, podría ser el último de tu vida, y los recuerdos son el único tesoro que llevas contigo. En el umbral de la muerte nos aferramos a ellos con todas nuestras fuerzas. Hay momentos para todo: los hay tristes, alegres, amargos, mejores y peores. Sin embargo, nunca creí verme en un momento tan bello, como el que viví al lado de él, aquel hombre poderoso, aquel muchacho que me veía con ojos honestos. Los momentos son algo invaluable, y los que viviré a su lado, me los llevaré siempre conmigo.

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