LA ERA DE
LAS POSIBILIDADES
PRESENTA:
FUERZA GUARDIANA
CUARTO
PRELUDIO
PRÓLOGO.
La caída de la luz.
Silencio.
Podría parecer algo
irregular en aquella parte del bosque, siendo que no podía escucharse ni el
pequeño canto de un grillo entre las plantas, o el revoloteo de los pájaros en
los árboles. Sintió la tierra bajo sus pies, llamándolo a un solo sitio, teniendo
a las estrellas como única guía, y un manto para defender su avance. Aquel
silencio habría asustado a una persona común, pero él era capaz de comprender
la belleza de la quietud, y cómo ésta lo impulsaba a un único fin. Luego de
tanto andar, una cueva se manifestó en su camino, sabiendo que de día, ojos
mortales no podría visualizar aquella formación rocosa, pero la noche era capaz
de revelar a sus hijos los misterios que iban más allá de lo mundano. Entró a
aquel lugar, siendo rodeado por penumbras sólo unos segundos, para después ser
recibido por una agradable fogata, la cual era compartida por varios individuos
a su alrededor. Aquellos personajes lo observaron, cada uno dándole la
bienvenida en su peculiar dialecto, a lo que respondió con una reverencia respetuosa.
Aquello le parecía drástico, emocionante incluso, pero también bastante
extraño. Le dieron un lugar, y él contempló las llamas en silencio. Con la
discreción propia de su arte, inspeccionó el círculo que lo recibía,
reconociendo a algunos, desconociendo a otros.
A falta de un último miembro, se anunció una espera
silenciosa, aunque al contar a los individuos ahí reunidos, tenía la certeza de
que faltaban dos, pero decidí no presionar aquel asunto, sabiendo que todo me
sería revelado dentro de poco. Una de las mujeres del grupo, alzó las manos
hacia las llamas, y estas empezaron a flotar tomando la forma de animales
silvestres como conejos y zorros. La mujer sonrió, tranquilizada al tacto de su
destreza, pero una sorpresiva luz, como una bofetada, arremetió contra las
llameantes figuras, extinguiéndolas al instante. Mi atención se centró en el
autor de tal acto, un hombre cubierto por una sotana negra, sosteniendo un
crucifijo en sus manos. La mujer que movía las llamas, quien lucía un vestido negro,
y algunos collares de runas diversas, fulminó con la mirada al sacerdote:
—No es el momento de jugar,
Neférti —dijo aquél.
—¡No pretendía jugar! —le
increpó ésta—. El susurro de las llamas me tranquiliza.
—Guarda tus tonterías paganas
para quien le interese —respondió a su vez, con tranquilidad.
—¡Cómo te atreves!
—Suficiente —dijo un hombre de rasgos orientales—. Conocen
las circunstancias. Este…no es el mejor momento.
Tanto el hombre como la mujer se tranquilizaron ante esas
palabras, volviendo al silencio habitual. Me mantuve en silencio durante otros
diez minutos, aunque el tiempo era algo sin importancia mientras estuviéramos
dentro de aquella caverna, creada específicamente para nuestra reunión.
Finalmente, el primero de dos individuos que esperaba se manifestó, luciendo
una gabardina algo gastada y una sonrisa sencilla. Saludó a los presentes con
ánimo, pero ninguno le devolvió el saludo. Se quedó ahí, avergonzando durante
un momento, hasta que decidió ocupar su sitio. Nos volvimos a quedar en silencio,
lo que me dio esperanzas de ver llegar al último de nosotros:
—No sé si ustedes han estado en reuniones antes —dijo el
recién llegado—. Pero normalmente hay más palabras.
Volvió a recibir silencio, pero noté cómo algunos de los
presentes se miraban entre sí. Tuve un mal presentimiento de este asunto.
Aunque mi visión estaba dirigida a la fogata, mi atención estaba en la entrada
de la cueva. Uno de los hermanos se levantó:
—Agradezco de corazón la presencia de todos ustedes,
hermanos y hermanas —dijo un sujeto con traje azulado—. Muchos observarán
rostros conocidos, y otros nuevos, por lo que evitaré confusiones, presentando
a cada uno en este círculo.
Y opuesto a las manecillas del reloj, comenzó a señalar
levemente a cada uno de los que estaban reunidos ante el calor de las llamas:
Neférti de los Wiccas,
Hechicera sacerdotisa de la noche y todos sus espíritus.
Kimón de Oriente,
Hechicero de la antigua orden del dragón.
Utuj del desierto,
Hechicero del vudú y los antiguos demonios del sol.
Fernanda Urigen,
Hechicera Luciferina y portadora de luz.
William Mahad,
Exorcista cristiano de la nueva era.
Enrique Ortiz,
Mago ilusionista de la nueva
era.
Jessica Maxwell,
Hechicera musical y protectora de lo oculto.
Su servidor,
Arthur de la tierra blanca,
Sacerdote de los elementales.
Y por último, siendo su primera vez en esta reunión,
Jonathan de la Cruz,
Chamán de la nueva era.
—Habiendo hecho las presentaciones, pasemos a lo importante
—dijo Arthur ganándose la mirada de todos—. La razón de esta reunión es un
suceso tanto inesperado como lamentable para todos nosotros. Me gustaría poder
encontrar mejores palabras para decirlo, pero creo que los hechos hablan por sí
solos. Muchos ya notarán…la ausencia de…Susana.
Aquel tono de voz despertó mi desconcierto, pero no tanto
como el que un hechicero tan prodigioso como lo era Arthur, se refiriera a
nuestra hechicera universal, la más grande entre nosotros, por su propio
nombre. Noté a algunos de los miembros de nuestra orden algo conmocionados ante
esas palabras, mientras que otros permanecían en un silencio preocupante:
—Ella ha muerto.
Esas sencillas palabras
parecieron estremecer la cueva entera, permitiendo que el sonido de algunos
animales se filtrara a nuestro santuario, produciendo un eco que poco a poco
fue perdiéndose. Aquellas palabras flotaron sin cesar a mí alrededor, sin poder
creerlo, sabiendo la imposibilidad de tal afirmación. Susana Oliveira era la
hechicera más poderosa que jamás haya tenido el placer de conocer, una maestra
en todas las artes, descendiente directo de Thadeus Theopis, cuyas enseñanzas
permitieron la formación de nuestra orden, una unión particular de aquellos
portadores de un matiz de la magia, provenientes de todos los rincones del
planeta.
Observé con atención a Arthur, tratando de descifrar en su
semblante algún dejo de lamentación, pero su rostro permanecía inmóvil, cerrado
ante cualquier mirada. El dolor se podía reflejar claramente en los ojos de
muchos, en especial de Neférti, quien había compartido momentos especiales con
Susana. Jessica se le aproximó, tomándola en brazos, ofreciendo su hombro para
dejar salir las lágrimas. Enrique se encontraba desorientado, sin saber
exactamente a quién mirar, ya que la mayoría se encontraba apacible, asimilando
con rapidez la pérdida de nuestra mentora. En un punto, mi rostro se encontró
con el del Ilusionista, y adivinó en mi gesto la confusión de cuál podría ser
el siguiente paso. Afortunadamente, Utuj del desierto, tomó la palabra:
—¿Qué hay de sus restos?
—preguntó—. Deben ser tratados debidamente
—No hay rastro de su cuerpo,
Utuj.
—¿Cómo? —saltó Jessica ante esa
realidad.
—Susana Oliveira no simplemente murió —dijo Arthur
manteniendo un semblante fuerte—. Ella…fue asesinada.
Aquellos que parecían apacibles finalmente mostraron signos
de vida, denotando preocupación. Claro, el resto de nosotros sencillamente se
congeló ante la verdad. El anfitrión de aquel encuentro observó a uno de los
presentes, a la bruja Luciferina, Fernanda, quien se levantó con rapidez
acudiendo a su encuentro:
—Hace algunas noches…tuve una
visión extraña —comentó ella con seriedad—. No le tomé importancia, pero ante
lo que sucedió, cobró un sentido preocupante para todos nosotros.
—Explícate —inquirió el padre William.
Con habilidad la bruja trazó un círculo en el aire, al cual
empezó a agregarle diversos trazos, los cuales reconocí como una especie de
símbolo zodiacal, aquellos utilizados para meditación e invocación. El círculo
flotó hasta estar por encima de la fogata, la cual se extinguió dando paso a
una tremenda luz rojiza. Aquel símbolo cayó a la tierra, aún brillante, y
Fernanda se aproximó hasta encontrarse dentro del mismo. Se arrodilló, cerrando
los ojos por unos instantes, reuniendo concentración. Todos esperamos hasta que
los ojos de Fernanda volvieron a abrirse, pero blanquecinos, y su voz se
proyectó no en palabras dichas, sino en lenguaje antiguo, dentro de nuestras
mentes.
La magia existe.
Desde el amanecer del tiempo hasta la noche de la creación, la magia
siempre ha existido, siendo que fue uno de los grandes poderes que conformó al
universo, los planetas, las constelaciones y los primeros seres vivientes que
contemplaron la lejanía del cosmos, tratando de comprender los misterios de la
naturaleza que les rodeaba.
La magia, en su singular conciencia, observó a la primera humanidad,
sintiendo una especial fascinación y afecto por sus habilidades para construir,
a lo que consideró momento propicio para brindarle a aquella estirpe el regalo
del conocimiento. Los seres humanos comprendieron el canto de las estrellas, el
susurro del viento, la luz de las sombras, el idioma de los animales, y su
latente poder de influir en la naturaleza, capaces de moldear su entorno a
voluntad. Conquistaron las tierras y los mares, extendiendo su civilización
hasta los rincones más inhóspitos, reclamando desiertos, selvas, montañas,
ríos, imponentes volcanes y parajes nevosos. Juzgada su obra, alzaron sus
rostros al cielo azul, sometiendo a las nubes, la lluvia y el granizo, manteniendo
bajo su mandato tanto al frío como el calor al igual que al día y la noche. La
humanidad prosperó, dignificándose en una época dorada de inventiva y
descubrimiento, mientras la magia observaba desde lo alto con gran regocijo.
Pero con el tiempo, la
magia comprendió que al igual que construir, los seres humanos también tenían
una enorme facilidad en destruirse. La civilización creció, y con ello, la
división también, separándose las familias, las sectas y las tribus en diversos
clanes, enemistándose unos contra otros, luchando por terrenos, armas, tesoros,
pero más importante…por creencias. La primera guerra emergió, y la magia, en su
conciencia, sintió cada muerte en el viento, en el agua, en la tierra, y en las
llamas que cubrían lo que antes fue una época de paz y unión.
Aquella fue la caída
de la luz.
Y la obscuridad
estableció su reino.
La violencia alimentó
a un espectro emergente, una abominación natural, el aspecto más aterrador de
la magia, amenazando con una fuerza destructora en el universo. La magia, en su
primera conciencia, bebió al mortal enemigo, transmutando el mismo tiempo a una
época más primitiva, lo cual permitió reiniciar a la humanidad. La magia
contempló su creación, y sintió tristeza ante humanos ignorantes, que no comprendían
los fenómenos fantásticos de su realidad. Decepcionada, la conciencia mágica se
esparció por el mundo, dividiéndose en los elementos, en las luces, en las
sombras, en las estrellas, y en la naturaleza que se transformaba a cada
estación. Poco a poco, la humanidad avanzó, y la magia fue revelándose en todos
los rincones de la tierra, bajo varios aspectos, sólo ofreciendo su saber a
aquellos dignos de ser cobijados por ella. Desde entonces, la magia existió una
vez más en el mundo.
Todos se mantuvieron en silencio luego de tales palabras.
Aquel era uno de los relatos primigenios de nuestra orden, cuando las
constantes luchas amenazaron con asolar el mundo, y se formó un grupo de magos
para crear una intervención mundial entre todos los clanes existentes. Pero aún
así, parecía algo muy fuera de lugar, ¿qué tenían que ver los incidentes de
antaño en el presente asunto? Observé a Arthur, que a su vez observó a otros
magos, provocando que todos se vieran entre sí. No comprendí qué sucedía, al
igual que Enrique, siendo que al parecer nosotros no vimos algo en el relato de
Fernanda que los demás si vieron. Finalmente, el padre William decidió tomar la
palabra:
—No hallaste un cuerpo —le dijo seriamente—. Pero si
hallaste algo.
Todas las miradas se dirigieron al hechicero de la tierra
blanca, maestro de los elementales, mientras éste permanecía con los ojos
cerrados en completa serenidad. Al abrirlos, observó al exorcista con el mismo
gesto inescrutable de siempre:
—Encontré rastros de obscuridad,
una muy poderosa —dijo finalmente—. La misma que posiblemente, eliminó a
Susana.
—¿Posiblemente? O sea, ¿no estás seguro de eso? —preguntó
Enrique.
El ambiente pareció más denso que hace unos segundos cuando
las miradas se posaron lentamente en el ilusionista. El aludido trató de
guardar la compostura, pero se le notaba el nerviosismo. Las piezas empezaban a
salir, comprendiendo el porqué de ese resguardo general que envolvía a todos
los presentes. Aún así, Enrique continuó:
—¡Vamos!, ¿nadie piensa decir
algo más? Esto es ridículo… —murmuró exasperado, escogiendo sus palabras—.
Miren, sé que llevo menos tiempo que todos ustedes en este negocio, pero siendo
tan poderosos, ¿no debieron haberlo previsto? Lo único que tenemos es esa
fábula, y la palabra de Arthur como testimonio. Y luego, está lo de la
obscuridad, ¡por favor! Hemos recibido la energía de la noche muchas veces para
mantener la paz, ¿por qué se condena a la obscuridad como la culpable?
—Hay ciertos tipos de obscuridad
—le dijo calmadamente Fernanda.
—Y aunque deteste decirlo, este novato tiene un punto —dijo
el padre William, observando al mago de la tierra blanca—. Sólo tenemos la
palabra de Arthur como única prueba.
Volvió a reinar el silencio entre nosotros. Noté cómo las
miradas volvían de uno hacia otro continuamente, y no pude evitar hacerlo
también. Si algo sabíamos los presentes, es que la obscuridad no puede atacar
por sí sola, aún siendo una fuente primordial…debía ser convocada primero:
—Por eso nos convocaste —continuó el padre William—. Crees
que alguno de nosotros mató a Susana.
Las miradas volvieron a posarse en Arthur, y noté cómo cada
uno empezaba a tomar un respectivo lugar. Enrique volvió a verme, impactado,
pero no pude corresponderle con ningún gesto, siendo que me concentraba al
máximo para no perder la cabeza:
—De entre todos los hechiceros
en la tierra, sólo nosotros tenemos el poder de una invocación así —empezó
Arthur con su explicación—. La visión de Fernanda fue un presagio para
mostrarnos al antiguo enemigo, la deformación obscura de la magia, la cual
amenazó con sumir al cosmos en caos.
—Serás estúpido —le dijo
Enrique.
—Cuida tus palabras, Ilusionista
—le respondió Jessica.
—Podré ser nuevo, pero tampoco
soy tonto —dijo Enrique cruzándose de brazos—. Conozco las historias de la
deformación obscura y demás cuentos, y sé que no se hace gratis, ¿qué se gana
con soltar a un monstruo que puede aniquilar al universo?
—Parece que conoces muy bien
esas historias —le dijo el padre William.
—Ya ves, es lo bueno de hacer la tarea en casa.
Las manos del exorcista comenzaron a brillar de una intensa
luz blanca mientras que el ilusionista retrocedió un poco, seguramente en la
preparación de algún ataque. Un gran viento se interpuso entre ambos, haciendo
que observaran el origen del fenómeno, siendo la mano alzada de Neférti:
—Estamos asumiendo demasiado
—dijo ella, con un semblante más decidido—. No debemos obedecer al impulso en
estas circunstancias, siendo que seriamos presa fácil del auténtico enemigo.
—¿Y cómo sabemos que tal enemigo
no está a tu lado? —pregunté. Ella me observó con seriedad.
—Hay una forma de saberlo —miró
a Arthur—. Hay una forma.
—Sólo una —respondió éste.
Inmediatamente el hechicero trazó una runa en el aire, pero
de un tamaño mayor que al de la bruja Luciferina, cuyo color dorado invitaba a
la sospecha, siendo que era un color peculiar para un conjuro así. Lo plantó en
el suelo, observando a los presentes con cierto aire de humildad:
—Vivondum Venefirti —dijo acercándose a la runa en la
tierra—. Me costó un poco encontrar el conjuro correcto, pero aquí lo tienen.
Su funcionamiento es muy sencillo pero eficaz, no siendo otro que revelar los
misterios anidados en el alma humana, específicamente, aquellos practicantes de
conjuros y hechicería.
Las miradas volvieron a moverse, y noté con extrañeza como
Kimón, el hechicero de oriente se había mantenido particularmente callado entre
todas las riñas. Él pareció percatarse de mi mirada, encontrándome unos ojos
totalmente serenos:
—¿Esperas que creamos en ti? —increpó
el exorcista—. ¿Cómo sabemos que no es una trampa?
—No lo saben, porque como dijeron, sólo tengo mi palabra
para sostener mi verdad —dijo, colocándose dentro de la runa—. Me he visto
forzado a hacer cosas desagradables, pero todas en aras de la justicia y la
paz. Y entre mis acciones, no está el haber atacado a Susana Oliveira, mi
mentora, la cual consideré antes que todo, como una gran amiga.
Todos guardaron silencio ante sus palabras. Obviamente el
reto lanzado al aire abrumó a muchos, aventurándome a pensar quién sería el
siguiente en adentrarse junto al hechicero. Como no tenía nada que ocultar, di
un paso al frente, pero Enrique se adelantó llegando hasta Arthur:
—¡Joder, si! Me gano la vida
como Ilusionista —dijo entrando al círculo—. Cuando descubrí mis poderes, los
he utilizado según mi humor ante las circunstancias, haciendo tanto el bien
como el mal, ¡pero que me condenen al infierno antes de pensar en hacer daño a
alguien como Oliveira!
—¡También yo! —dijo Neférti,
integrándose al círculo—. ¡Ella fue como una madre para mí! Jamás…jamás le
desearía ningún mal. Mi conciencia se encuentra limpia, pero mi corazón tardará
en aliviarse.
—¿Pero esto cómo prueba que
dicen la verdad? —volvió a increpar el padre William—. El círculo se me hace
una perfecta trampa para…
—Todo esto tiene su sentido —interrumpió Kimón, rompiendo
con su silencio—. Mi querido amigo William, tú mejor que nadie debería valorar
las circunstancias de su muerte.
El exorcista miró a Kimón, mientras éste se mantenía
calmado. Analicé su pregunta, y me di cuenta de cómo sus sospechas eran bien
fundadas. ¿Por qué justo ahora fue atacada? Siendo muy pronto el esperado día:
—La noche del velo —continuó—.
Estamos a pocos días de su descenso a la tierra. Quizá nosotros sabemos ser los
únicos en poder invocar a la obscuridad, ¿pero realmente está descartado el
pensar lo contrario?
—¿Hablas de alguien más?
—pregunté.
—Efectivamente, mi buen Jonathan
—dijo colocándose en la runa—. Sin mencionar las obvias repercusiones por
perder a uno de los nuestros. Si, quizá nuestra mentora, pero una de los diez
protectores de la magia.
—Hay un puesto vacío… —dijo el padre William—. Un enemigo
auténtico…
Ante esa lógica, el exorcista se
internó dentro del círculo, sabiéndose su inocencia en este caso. Fernanda fue
la siguiente, seguida por Jessica sin el menor percance. Luego de un momento,
Utuj se unió al resto de protectores dejándome a mí como el último eslabón de
la sospecha. Caminé lentamente hasta internarme dentro de la runa, y mi primera
sensación fue un bienestar indecible, como el estiramiento de un músculo o un
suspiro prolongado. En ese trance recordé a Susana, y su tierna sonrisa de niña
traviesa cuando me invitaba a danzar al bosque con los espíritus del viento.
¿Quién querría hacerle daño a un ser tan compasivo y dulce?
Los nueve protectores de la
magia se hallaban unidos nuevamente, en un solo punto, libres de toda sospecha,
pero por desgracia, atrapados en una nueva incógnita. Guardamos luto por un ser
querido, y esperamos la llegada de alguien nuevo. El pacto debía ser honrado:
diez protectores al inicio, diez protectores para toda la eternidad. Varios
misterios nos envolvían, pero hemos aprendido a ser pacientes con las fuerzas
naturales. Las respuestas llegarán a su debido tiempo.
El silencio de aquella noche se
rompió con el cantar de los grillos y el revoloteo de las aves entre las
plantas que embellecían el paraje ancestral. La reunión había concluido. Un
lucero nos había abandonado, pero otro ocuparía su lugar. Al momento de mi partida
a mis tierras, los débiles rayos del sol iluminaban aquel bosque, a la espera
de un nuevo día.
Ninguna de las imágenes aquí utilizadas me pertenece en ningún sentido conocido.
Su utilización, y obvia edición, fue con el único motivo de entretener y enseñar.
Cada una de las imágenes es propiedad de sus respectivos creadores.
Sin mayores dudas, quedo a su servicio, y gracias por su atención.
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